Blog de Juan-Luis Alegret

Blog de Juan-Luis Alegret para compartir lecturas, ideas y sensaciones sobre el estado del mundo y de sus gentes pues no solo hay que saber vivir, sino que también hay que saber donde vives

8 jul 2025

Los 15 Tecnobros que dominan el mundo

 KARELIA VÁZQUEZ . El Pais. 04 JUL 2025 

Mark Zuckerberg

(White Plains, Nueva York, Estados Unidos, 41 años)
Director ejecutivo de Meta Platforms

Fundó Facebook en 2004 en un dormitorio de Harvard y desde entonces domina la vida social de más de un cuarto de la población mundial. A golpe de algoritmo interviene sus gustos y sus estados de ánimo. Una operación que remató con la compra de Instagram (2012) y WhatsApp (2014). Intentó hacerse con Snapchat y, ante la resistencia de su dueño, la copió sin pudor y llenó Instagram de filtros de orejas y morros de gatitos. Cuando TikTok irrumpió en nuestras pantallas con su algoritmo voraz y sus vídeos cortos y adictivos, Zuckerberg se inspiró y creó los reels.

Su fortuna, según el Bloomberg Billionaires Index, es de 236.000 millones de dólares. En octubre de 2024 se convirtió en la tercera persona más rica del mundo. Hoy apuesta fuerte por la realidad aumentada y la inteligencia artificial.

Sigue ocupándose de nuestra vida social, pues recientemente dijo que los estadounidenses no estaban bien porque, como promedio, solo tenían tres amigos, y la ciencia situaba en 15 la cifra óptima para rozar la felicidad. Tras esta reflexión anunció que solucionaría esta carencia con amigos sintéticos, capaces de dar amor y compañía y con una enorme ventaja sobre los colegas humanos: nunca se cansan y se van adaptando para encajar y no molestar. ¿Qué puede salir mal?

Desde su época de estudiante de Harvard, su idea de sí mismo se ha ido engrandeciendo al ritmo de su fortuna. En la conferencia Meta 2024 se reveló como un obseso del Imperio Romano y apareció con una camiseta negra que proclamaba “Aut Zuck Aut Nihl” (Zuck o nada), su versión de la frase latina “César o nada”.

Ha tenido tres hijos con la pediatra Priscilla Chan, su esposa y novia de toda la vida, y se ha hecho construir un búnker de lujo en Hawái.

Zhang Yiming

(Yongding, China, 42 años)
Fundador de ByteDance (compañía matriz
de TikTok y Douyin, el TikTok chino)

Hasta el origen de su nombre, Zhang Yiming, anuncia el advenimiento y la luz. Según el South China Morning Post, está basado en el viejo proverbio “Sorprende a todos desde el primer intento”. El creador de TikTok es la persona más rica de China, con una fortuna que ascendía a finales de 2024 a 350.000 millones de yuanes (45.363 millones de euros). Ha cambiado las reglas del entretenimiento global, ha acortado nuestro spam de atención y ha puesto a prueba nuestra tolerancia a la novedad y a los continuos chutes de dopamina. Su primer producto fue el agregador de noticias Toutiao, y en 2016 lanzó Douyin, la versión china de TikTok. En 2021 dejó de ser CEO de ByteDance pero conserva el 22% de las acciones. Sus empleados, incluso los que ya no trabajan para él, hablan de su arte para ejercer el softpower (mandar sin que se note). Es un gran aficionado a leer biografías y suficientemente inteligente para evitar conflictos con el Partido Comunista Chino. Está casado con una compañera de carrera a la que solía solucionar los problemas informáticos.

Tim Cook

(Mobile, Estados Unidos, 64 años)
CEO de Apple

Dos son sus pecados originales: no ser parte del mito fundacional de Apple y haber llegado para sustituir a Steve Jobs, un semidiós de Silicon Valley. Su estrategia ha sido mantener un perfil bajo y una ductilidad alta para navegar las sucesivas olas woke y conservadoras. En lo único que se ha plantado es en presentarse como el primer magnate tecnológico abiertamente gay. De puertas adentro ha conseguido cambiar el micromanagement de la era de Jobs por un estilo más cooperativo. Entre 2011 y 2020, Cook duplicó los beneficios de la compañía. En los últimos años ha desplegado una estrategia silenciosa para sustituir China por la India para fabricar el iphone. Ha sido un generoso donante de las campañas presidenciales de Barack Obama y Hillary Clinton, y también de la de Donald Trump, a quien donó en 2025 un millón de dólares. El CEO de Apple es un entusiasta del fitness, el hiking y el ciclismo. Su patrimonio se calcula en 2.200 millones de dólares. No se le conoce pareja oficial.

Sam Altman

(Chicago, Estados Unidos, 40 años)
CEO de OpenAI

Quizás sea la cara más conocida de la industria de la inteligencia artificial gracias a ChatGPT, que ya tiene 800 millones de usuarios activos semanales, es decir el 10% de la población mundial. En mayo de 2023 testificó frente al Congreso de EE UU pidiendo que se regulara el uso de la inteligencia artificial —un debate que dos años después parece agotado sin que haya habido apenas regulación—.

Ha entrado por la puerta de atrás en la lista de las grandes fortunas —su salario está en torno a los 65.000 dólares más bonos y acciones—, pero, según una investigación de The Wall Street Journal, su fortuna valorada en más de 2.800 millones de dólares viene de sus inversiones en terceras empresas, como Airbnb, Soylent o Pinterest.

Desde enero de 2024 está casado con Oliver Mulherin, un ingeniero australiano experto en inteligencia artificial. “Mis hijos ya no serán más listos que la IA”, anunció Altman hace unas semanas en el podcast oficial de su empresa, y añadió que para las próximas generaciones no será un problema ser los menos inteligentes del lugar: “Será algo natural y asumido como hoy se acepta que las calculadoras resuelven operaciones mejor que una persona o que los mapas digitales ofrecen mejor orientación que el recuerdo humano”. Sam Altman cree tanto en la inteligencia artificial que sigue a pie juntillas sus consejos para cuidar a su bebé y aliviar sus angustias de padre primerizo.

Altman no carece de la falta de habilidades sociales como otros genios de esta lista. Los que le conocen hablan de “un monstruo de la empatía”. En el libro Empire of AI, su autora, Karen Hao, es categórica: “A Sam se le ama o se le odia. Te escucha como si fueras la persona más interesante del mundo, aprende lo que necesita sobre ti y ajusta su discurso a lo que quieres. Así te convence”. Más o menos lo mismo hace su invento ChatGPT.

Jeff Bezos

(Albuquerque, Estados Unidos, 61 años)
Fundador y presidente ejecutivo de Amazon. Propietario de Blue Origin y The Washington Post

Es un veterano oligarca de Silicon Valley. Fundó Amazon en 1994 después de graduarse en la Universidad de Princeton y trabajar en Wall Street. Amazon ha acabado monopolizando la venta online, cambiando hábitos de consumo y el tejido empresarial. Fue un niño brillante que desmontó su cuna con un destornillador para hacer saber a sus padres que quería dormir en una cama. Su sueño era orbitar alrededor de la Tierra en un sistema de hoteles y parques de atracciones. Un delirio infantil que trata de hacer realidad con Blue Origin, un proyecto creado en 2000 para desarrollar naves espaciales que permitan hacer viajes comerciales. Los intereses interplanetarios del magnate explican su reconciliación con Donald Trump después de años de amargas disputas públicas. Su fortuna se estima en más de 200.000 millones de dólares. Se calcula que tendría que gastar un millón diario durante 548 años para arruinarse. Tras un carísimo divorcio de su primera esposa, MacKenzie Scott, Bezos ha vuelto a encontrar el amor con Lauren Sánchez. Tiene cuatro hijos de su primer matrimonio.

Sundar Pichai

(Madurai, India, 53 años)
CEO de Google y Alphabet

Sundar es el profesional de origen indio que más alto ha escalado en la élite tecnológica. Es el cerebro tras el éxito de Google Drive y Google Chrome. Desde que fue nombrado director ejecutivo en 2015, el valor de las acciones de Google aumentó en más de un 400%, gracias a la computación en la nube y los avances en inteligencia artificial. Su infancia fue dura. Pichai vivía con sus padres y su hermano en un pequeño apartamento sin televisión y a veces sin agua corriente. Estudió Ingeniería Metalúrgica en el Indian Institute of Technology de Kharagpur. Allí ganó una beca para estudiar en la Universidad de Stanford y otra para la Universidad de Pensilvania. Ha mantenido un discreto perfil público, por eso su presencia en la toma de posesión de Trump fue una auténtica sorpresa, mucho más su visita a la mansión de Mar-a-Lago. De momento su compañía es la única que no ha cedido a la corriente reaccionaria de retirar las medidas a favor de la diversidad en las contrataciones. Está casado con Anjali Pichai y tienen dos hijos.


Elon Musk

(Pretoria, Sudáfrica, 53 años)
CEO de Tesla, fundador de SpaceX, cofundador de Neuralink y dueño de X

Tras salir trasquilado de su breve pero intensa aventura política como responsable de DOGE (Department of Government Efficiency), Musk ha regresado a sus empresas con algunos millones menos, un nuevo enemigo, Donald Trump, y mucha presión de sus accionistas, sobre todo los de Tesla, que han visto cómo en menos de cinco meses el coche más deseado del mundo se convertía en un símbolo fascista. No obstante, sigue siendo el hombre más rico del mundo y en mayo de 2025 Forbes estimaba su fortuna en 424.000 millones de dólares. Posee tres ciudadanías, la sudafricana, la canadiense y la estadounidense. A los 10 años aprendió a programar y a los 12 diseñó un videojuego. Sus primeros millones provienen de la venta de PayPal (era cofundador y el mayor accionista), y a partir de entonces se dedicó a alimentar sus obsesiones —una de ellas, viajar a Marte— a través de la compañía SpaceX. Algunos millones le quedaron para crear Tesla y Neuralink, una empresa que quiere, en palabras de Musk, “conseguir una simbiosis” entre el cerebro humano y la inteligencia artificial para, sostiene, seguir siendo relevantes en un futuro de máquinas inteligentes. Meses antes de la candidatura de Donald Trump, Musk compró Twitter por unos cuantos millones más de su valor y entró a la sede de San Francisco con un lavabo anunciando la limpieza que tuvo lugar días después. Despidió al 80% de los empleados, la bautizó como X, cambió el algoritmo que desde entonces “quiere” más a los creadores extremos. Tiene al menos 14 hijos, tres divorcios y varias novias, entre ellas la actriz Amber Heard. De niño le hacían bullying en el colegio y ha confesado al periodista Neil Strauss: “Dormir solo me mata”.

Liang Wenfeng

(Wuchuan, China, 40 años)
Fundador de DeepSeek


Un auténtico desconocido hasta el 20 de enero pasado, cuando sacudió las Bolsas con DeepSeek, un chatbot de origen chino que desplazó a ChatGPT como la app gratuita más descargada de Estados Unidos. Lo catapultó a la condición de milmillonario y hundió un 17% las acciones de la compañía de Nvidia. Todo en 24 horas. La plataforma se ha presentado como un chat GPT low cost que, aseguran sus fabricantes, se ha construido con un tercio del presupuesto que la competencia. Desde 2021 Liang había empezado a acumular chips de Nvidia (entre 10.000 y 50.000, según el MIT Technology Review) para un proyecto anónimo, justo antes de que Estados Unidos restringiera su venta a China. Poco se sabe de este ingeniero electrónico nacido en el sur de China y licenciado por la Universidad de Zhejiang. Discreto y desaliñado, los que han trabajado con él lo definen “más como un friki que como un jefe”. Tiene experiencia en finanzas y es el CEO de High-Flyer, que utiliza la IA para tomar decisiones de inversión. Dicen que paga los mejores salarios del mundillo de la IA. Y eso es mucho decir.

Reed Hastings

(Boston, Estados Unidos, 64 años)
Cofundador y presidente ejecutivo de Netflix

Cuenta la leyenda que después de pagar 40 dólares de multa por entregar tarde una película en un videoclub, Reed Hastings cofundó Netflix con Marc Randolph. Su socio, en cambio, tiene otra versión de los hechos y asegura que la plataforma nació de la idea de hacer “un Amazon de algo”. Era 1998. Antes de Netflix, Hastings había pasado un año enseñando en Suazilandia con el Cuerpo de Paz de Estados Unidos y otro vendiendo aspiradoras a domicilio. Hastings es un magnate con un fuerte perfil filántropo. Recientemente donó a su alma mater, el Bowdoin College (Maine), donde se graduó de Matemáticas en 1983, 50 millones de dólares para la iniciativa Hastings que estudiará los riesgos y ventajas de la IA con un enfoque humanista. Es el artífice del buen envejecer de Netflix, con la integración de la IA en la plataforma, optimizando el streaming y las recomendaciones. Una estrategia que ha resultado crucial para el crecimiento de la compañía. Su patrimonio supera los 2.000 millones de dólares. Está casado con Patricia Quillin y tienen dos hijos en común.

Peter Thiel

(Fráncfort, Alemania, 57 años)
Cofundador de PayPal y Palantir

Es el profeta del tecnocapitalismo. Se graduó en Derecho en la Universidad de Stanford. Fundó PayPal con Elon Musk, la sacó a Bolsa y en 2002 la vendió a eBay por 1.500 millones de dólares. En 2004 fue uno de los inversores de Facebook. Es cofundador de Palantir, empresa que proporciona software al Pentágono, una relación comercial que ha afianzado una de sus ideas libertarias esenciales. A saber: el Estado deja de ser un estorbo cuando se convierte en un cliente. De acuerdo con la revista Forbes, su patrimonio ronda los 20.900 millones de dólares. Ahora sus inversiones se concentran en la longevidad. Apoya los experimentos del gerontólogo inglés Aubrey de Grey (quien lleva atada al tobillo una pulsera con instrucciones de cómo crioconservar su cuerpo en caso de muerte) y es uno de los impulsores de los experimentos de Próspera, en la isla hondureña de Roatán, donde él mismo recibe inyecciones de folistatina para aumentar los glóbulos rojos y la masa muscular. René Girard, autor de la teoría del deseo mimético, es su filósofo de cabecera: “El hombre es la criatura que no sabe qué desear y recurre a los demás para tomar una decisión. Deseamos lo que otros desean porque imitamos sus deseos”. He aquí la base teórica del like de las redes sociales. Hijo de emigrantes alemanes, ha sido el valedor de J. D. Vance, vicepresidente de EE UU, y quien ha conseguido aglutinar a la oligocasta alrededor de la nueva Administración. El periodista Max Chafkin, autor de The Contrarian, una biografía no autorizada de Thiel, lo define como “un tipo peligroso”, defensor de “ideas extrañas y nuevas” porque, insiste, es lo que exige el futuro. Dice: “La IA demuestra que la gente no cree en la racionalidad y el intelecto y prefiere confiar en las máquinas”. Desde 2017 está casado con Matt Danzeisen, un gestor de cartera en Thiel Capital.

Daniel Ek

(Estocolmo, Suecia, 42 años)
Fundador de Spotify

El tecnólogo millonario sueco ha cambiado para siempre la industria de la música generando algunos ganadores y muchos perdedores. Al menos ha conseguido que mucha gente vuelva a pagar por escuchar música. Su primer negocio lo empezó a los 14 años diseñando webs desde su habitación. A los 16 buscó trabajo en Google, pero no lo aceptaron por ser menor de edad. Entonces, frustrado y enfadado decidió hacerles la competencia creando su propio motor de búsqueda, que publicó en internet a medio hacer y con código abierto para que otros más experimentados lo ayudaran a terminarlo. La idea de Spotify le llegó en 2002 después del cierre de Napster, cuando empezaron a proliferar sitios de descarga ilegal de música. Ek llegó a la conclusión de que solo había una forma de luchar contra la piratería, crear algo mejor que la propia piratería que compensará a los creadores. Y así nació Spotify en 2008, una de las pocas plataformas que llegó a Estados Unidos mucho después de ser popular en Europa. En 2016 se casó con Sofia Levander, su pareja de toda la vida, con quien tiene dos hijos. En 2017 Billboard lo nombró la persona más poderosa en la industria de la música.

Shou Zi Chew

(Singapur, 42 años)
CEO de TikTok


Al sucesor de Zhang Yiming, discreto y de perfil bajo, le ha tocado estar en el ojo del huracán por los cuestionamientos sobre el impacto de TikTok en la salud mental de los jóvenes. Casi nadie había visto su cara hasta que tuvo que testificar frente a la Cámara de Representantes de Estados Unidos sobre las prácticas de privacidad y seguridad de datos de la aplicación y los señalamientos de presuntos vínculos con el Gobierno de Pekín. En al menos una ocasión tuvo que insistir en que no era chino sino de Singapur. A pesar de sus esfuerzos, TikTok quedó prohibida en EE UU, una decisión que ha sido prorrogada por Donald Trump. Quizás por eso a él también se le vio en la toma de posesión del presidente. Tiene una formación internacional, con estudios universitarios en Londres y Estados Unidos. Poco se sabe de su poder real en la plataforma. Según un perfil publicado por The New York Times, exejecutivos de TikTok decían que su poder de decisión era “limitado” y que el fundador de ByteDance seguía llevando las riendas de la compañía.

Jensen Huang

(Tainan, Taiwán, 62 años)
Fundador de Nvidia

“Es el hombre de la hora, del año y quizás de la década”, asegura la revista Wired. Y Jim Cramer, el analista de inversiones de la cadena CNBC, dice que como visionario ha superado a Elon Musk. Lo cierto es que Huang apostó en 1993 por una industria y un mercado que aún no existían y él ayudó a hacerlos realidad. Representa al arquetipo del sueño americano: un emigrante taiwanés que a los 15 años empezó lavando platos en un Denny’s de Portland y acabó creando una empresa millonaria con dos amigos desayunando en otro Denny’s de San José. Estudió Ingeniería Eléctrica en la Universidad Pública de Oregón, donde conoció a sus dos socios y a su esposa, una de las únicas tres mujeres matriculadas en la carrera. Se graduó en 1984 y luego hizo un máster en la Universidad de Stanford, trabajó en varias compañías tecnológicas hasta que lo dejó todo para fundar Nvidia en 1993.Los tres fundadores se hicieron tres preguntas antes de crear la empresa: ¿Nos encantaría hacer este trabajo? ¿Vale la pena? ¿Es realmente difícil? Huang asegura que sigue haciéndose las mismas preguntas. Su filosofía de trabajo se basa en apostar por hacer cosas importantes incluso cuando no exista un mercado establecido. “La importancia del trabajo es un indicador precoz del mercado futuro”, dijo en una charla de la Escuela de Negocios de Stanford. En 2024 Nvidia superó en Bolsa los 2,5 billones de dólares en junio y es la tercera compañía más valiosa del mundo, por delante de Alphabet (Google), Amazon y Meta, y solo por detrás de Microsoft y Apple. La rápida multiplicación de su valor se explica por la locura despertada por la inteligencia artificial. Nvidia es la proveedora de más del 70% de los chips que hacen posible esta tecnología. Un reportaje de The New Yorker lo resumió en una frase: “Hay una guerra en marcha en el campo de la IA y Nvidia es el único vendedor de armas”.

Alexandr Wang

(Los Álamos, Estados Unidos, 28 años)
Fundador de Scale AI


En su minuto de gloria fue considerado el multimillonario autodidacta más joven del mundo. Cuando bajó la ola y en 2022 los mercados se contrajeron, se cayó de la lista. Su empresa, Scale AI, dedicada al etiquetado de datos, trabaja con gigantes como OpenAI y Google y tiene una valoración de 14.000 millones de dólares. Es el nuevo niño prodigio de la industria y todos miran con lupa sus movimientos. Este año anunció un acuerdo con el Departamento de Defensa de EE UU para utilizar los modelos de IA de su empresa en aplicaciones militares. Wang ha asegurado en una entrevista que solo tendrá descendencia cuando las interfaces cerebro-computadora permitan enlazar a los niños con la tecnología desde su nacimiento. Considera los primeros siete años de vida cruciales para el desarrollo del cerebro y prefiere que los pasen conectados a una máquina. “Mientras los sistemas neuronales orgánicos necesitan años para madurar, las redes artificiales evolucionan en semanas, incluso días”, ha dicho. En los mentideros tecnológicos se dice que Meta acaba de contratarlo. Su fortuna se calcula en 2.000 millones de dólares.

Pável Dúrov

(San Petersburgo, Rusia, 40 años)
Fundador de Telegram

Le llaman el Mark Zuckerberg ruso por su perfil tecnológico, su fortuna y su edad. En lugar de una, Pável ha creado dos redes sociales, VKontakte, la más grande de Rusia, que fundó cuando tenía 22 años, y Telegram, una de las plataformas de comunicación que acumulan más usuarios en el mundo. Reside en Dubái, donde están las oficinas de Telegram. Estudió Matemáticas Aplicadas y Ciencias de la Computación en la Universidad Estatal de San Petersburgo. No le gustan los focos ni las entrevistas y tiene fama de austero y disciplinado. En el libro The Russian Jesus: A Beacon of Digital Freedom in an Age of Surveillance (el Jesucristo ruso: un faro de libertad digital en la era de la vigilancia) se cuenta que se abstiene de beber alcohol, cafeína y alimentos procesados y que sigue un régimen riguroso para fomentar la claridad mental y la salud física. Tiene cinco hijos entre sus dos exnovias y ha contado recientemente que es donante de esperma. Según Forbes, su fortuna personal asciende a 15.500 millones de dólares.

El transhumanismo según Peter Thiel: la IA, Marte y la geopolítica

Entrevista a Peter Thiel  realizada por  El Grand Continent el 3 julio de 2025.

Hace trece años, escribió un ensayo para la revista conservadora National Review titulado «The End of the Future». En esencia, afirmaba que el mundo moderno, dinámico y en constante evolución, no era tan dinámico como la gente pensaba y que, en realidad, habíamos entrado en un periodo de estancamiento tecnológico. Que la vida digital era un gran avance, pero no tan importante como la gente esperaba, y que el mundo se encontraba, en cierto modo, en un punto muerto.

Sí.

Usted no era el único que planteaba este tipo de argumentos, pero tenían un peso especial viniendo de usted, que era un iniciado de Silicon Valley que había hecho fortuna gracias a la revolución digital. En 2025, ¿cree que este diagnóstico sigue siendo válido?

Sigo creyendo en general en la tesis del estancamiento. Sin embargo, nunca ha sido una tesis absoluta: no pretendía decir que estuviéramos absoluta y completamente estancados, sino más bien que se estaba ralentizando el ritmo de la evolución. Entre 1750 y 1970, es decir, durante más de 200 años, el cambio se aceleró. Íbamos cada vez más rápido: los barcos, los trenes, los coches y los aviones eran cada vez más rápidos. Esto culminó con el Concorde y las misiones Apolo. Luego, en todo tipo de ámbitos, las cosas se ralentizaron. Siempre he hecho una excepción con el mundo de los bits, con las computadoras, el software, internet y el internet móvil. En los últimos 10 o 15 años, también han aparecido las criptomonedas y la revolución de la inteligencia artificial, que creo que son bastante importantes en cierto sentido. Pero la pregunta es: ¿es suficiente para salir realmente de esta sensación general de estancamiento?. Mi ensayo planteaba una cuestión epistemológica: ¿cómo saber si estamos estancados o en aceleración? Dado que una de las características de la modernidad tardía es la hiperespecialización, ¿podemos decir que no estamos avanzando en física si no hemos dedicado la mitad de nuestra vida a estudiar la teoría de cuerdas? ¿Qué hay de las computadoras cuánticas? ¿O de la investigación sobre el cáncer, las biotecnologías y todos esos campos verticales? Y luego, ¿qué importancia tienen los avances en el campo del cáncer en comparación con los de la teoría de cuerdas? Hay que dar peso a todas estas cosas.

De manera aparentemente paradójica, la especialización científica es uno de los objetivos de los neorreaccionarios activos en Silicon Valley. En las elaboraciones conspirativas de Curtis Yarvin —que también retomaba en nuestras páginas un ejemplo sobre la «teoría de las cuerdas»—, el funcionamiento de la ciencia sería el responsable del COVID-19. Para Thiel, la especialización en muchos campos habría tenido como contrapartida privar a la modernidad de un progreso global. Es una idea que viene desarrollando desde hace varios años y que aparece en varios de sus textos que hemos traducido.

En el plano teórico, es una cuestión extremadamente difícil de enmarcar.

El hecho de que sea tan difícil responderla, de que tengamos grupos cada vez más reducidos de guardianes que se protegen a sí mismos, es en sí mismo motivo de escepticismo.

Para responder a su pregunta: sí, creo que, en general, vivimos en un mundo que todavía está bastante bloqueado, pero no completamente. (…)

¿Qué lo convencería de que estamos viviendo un periodo de despegue? ¿El crecimiento económico? ¿El crecimiento de la productividad? ¿Se puede cuantificar esta cuestión del estancamiento frente a la aceleración?

Un indicador económico, por supuesto, sería el siguiente: ¿cuál es su nivel de vida en comparación con el de sus padres? Si usted es un millennial de 30 años, ¿cómo le va en comparación con sus padres baby-boomers cuando tenían 30 años? ¿Cómo les iba a ellos en aquella época?

Hay indicadores intelectuales: ¿cuántos avances logramos? ¿Cómo cuantificarlos? ¿Cuál es el rendimiento de la inversión en investigación?

Es evidente que el rendimiento de la inversión en ciencias o en el mundo académico en general es cada vez menor.

Quizás por eso este entorno parece a menudo sociópata y malthusiano: hay que invertir cada vez más para obtener los mismos resultados. Llega un momento en que la gente se rinde y todo se derrumba.

Según usted, en la década de 1970 se produjo un cambio cultural importante en el mundo occidental: fue más o menos entonces cuando las cosas empezaron a ralentizarse y a estancarse. La gente empezó a preocuparse por los costos del crecimiento, especialmente los costos medioambientales. La idea es que se llega a una perspectiva ampliamente compartida según la cual todos somos lo suficientemente ricos y que, si demasiados intentamos ser aún más ricos, el planeta no podrá soportarlo y sufriremos todo tipo de degradaciones. ¿Qué hay de malo en eso? En otras palabras: ¿por qué deberíamos buscar el crecimiento y el dinamismo?

Creo que hay razones profundas para este estancamiento.

En el fondo, siempre hay tres preguntas históricas: ¿qué ha pasado realmente? ¿Qué hay que hacer? ¿Por qué ha pasado?

Mi respuesta a la última es: a la gente se le han acabado las ideas.

Las instituciones se han deteriorado y se han vuelto aversas al riesgo; este fenómeno se puede describir y documentar. Pero también creo que, en cierta medida, han surgido preocupaciones muy legítimas sobre el futuro: si seguimos avanzando a un ritmo acelerado, ¿nos encaminaremos hacia un apocalipsis medioambiental, un apocalipsis nuclear o algo aún más inquietante? Sin embargo, creo que si no encontramos el camino de vuelta al futuro, la sociedad se derrumbará. La clase media —que defino como aquellas personas que esperan que sus hijos tengan una vida mejor que la suya— aspira al progreso. Cuando esta expectativa se derrumba, dejamos de tener una sociedad de clase media. Quizás haya una forma de volver a una sociedad feudal en la que las cosas sean siempre estáticas y fijas, o quizás haya una forma de pasar a una sociedad radicalmente diferente. Pero no es así como ha funcionado el mundo occidental, no es así como ha funcionado Estados Unidos durante los primeros 200 años de su existencia.

¿Entonces, a la larga, cree que la gente común no aceptará el estancamiento, que se rebelará y destruirá todo a su alrededor durante esa rebelión?

Podrían rebelarse. O tal vez simplemente nuestras instituciones no funcionan, ya que todas nuestras instituciones se basan en el crecimiento.

Nuestros presupuestos se basan en el crecimiento.

Fíjese en Reagan y Obama. Reagan era el capitalismo de consumo, lo cual es un oxímoron. Un verdadero capitalista no ahorra, pide prestado. Obama era el socialismo con bajos impuestos, tan oxímorónico como el capitalismo de consumo de Reagan. Prefiero con mucho el socialismo con bajos impuestos al socialismo con altos impuestos, pero me temo que no es viable. En algún momento, los impuestos tienen que subir o el socialismo se acaba. Todo esto es profundamente inestable. Por eso la gente no es optimista: no cree que hayamos alcanzado un estado estable en el futuro, como dice Greta. Quizás algún día funcione, pero aún no hemos llegado a ese punto.

Dado que su nombre probablemente volverá a aparecer en esta conversación, se refiere a Greta Thunberg, la activista conocida por sus protestas contra el cambio climático, que, en su opinión, representa el símbolo de un futuro antidesarrollo, autoritario y dominado por los ecologistas.

Por supuesto. Pero aún no hemos llegado a ese punto. Sería una sociedad muy, muy diferente. No estoy seguro de que fuera como Corea del Norte, pero sería extremadamente opresiva.

Una cosa que siempre me ha llamado la atención es que, cuando hay una sensación de estancamiento, de decadencia en una sociedad —por usar un término que me gusta—, algunos acaban esperando con impaciencia una crisis, un momento en el que puedan reorientar radicalmente la sociedad. Tiendo a pensar que, cuando se alcanza un cierto nivel de riqueza, la gente se vuelve muy cómoda, se vuelve aversa al riesgo, y es difícil salir de la decadencia y avanzar hacia algo nuevo sin una crisis. Mi ejemplo inicial era el siguiente: después del 11 de septiembre, los neoconservadores consideraban que habíamos sido decadentes y que estábamos estancados, y que entonces era el momento de despertar, lanzar una nueva cruzada y rehacer el mundo. Ya sabemos cómo acabó eso.

Bush diciendo a la gente que saliera inmediatamente a comprar.

¿No era lo suficientemente «antidecadente», quiere decir?

En general, sí. Había un enclave neoconservador en materia de política exterior en el que la gente desempeñaba un papel para salir de la decadencia. Pero lo que predominaba eran los partidarios de Bush que decían a la gente que fuera a comprar.

¿Qué riesgos habría que estar dispuesto a correr para escapar de la decadencia? Nos enfrentamos a un peligro, ya que las personas que quieren luchar contra la decadencia deben correr muchos riesgos. Deben decir: «Escuchen, tienen una sociedad agradable, estable y cómoda, pero ¿saben qué? Nos gustaría tener una guerra, una crisis o una reorganización total del gobierno». Deben arrojarse al peligro.

No sé si puedo dar una respuesta precisa, pero, en general, deberíamos asumir muchos más riesgos. Echemos un vistazo a los diferentes sectores. Por ejemplo, en 40 o 50 años, no se ha avanzado nada en biotecnología para curar el Alzheimer. La gente está completamente estancada en los beta-amiloides. No funciona. Es como una estafa estúpida en la que todo el mundo se enriquece. Sí. Hay que arriesgarse más en este campo.

Comentario del entrevistador: Este pasaje merece ser destacado porque explica en gran medida la influencia de Peter Thiel en un discurso muy presente en Silicon Valley según el cual la ciencia no es eficaz porque ha eliminado el factor «riesgo». Este enfoque, que se presenta como pragmático, es en realidad una forma peligrosa de subvertir lo que garantiza las condiciones mismas de la cientificidad: el método experimental. Tomando el ejemplo de la investigación sobre la enfermedad de Alzheimer, Thiel retoma una obsesión de los neorreaccionarios, ya citada por Yarvin y presente en el «Manifiesto tecno-optimista» de Marc Andreessen, que incluye un pasaje sobre el «principio de precaución», basado en un contrasentido.

Para ser concretos, me gustaría volver por un momento a este ejemplo y plantear la siguiente pregunta: ¿qué significa exactamente «asumir más riesgos en la investigación contra el envejecimiento»? ¿Significa que la FDA debe dar un paso atrás y decir: «Cualquiera que tenga un nuevo tratamiento contra el Alzheimer puede comercializarlo libremente»? ¿Cómo es el riesgo en el ámbito médico?

Se puede asumir mucho más riesgo: si padeces una enfermedad mortal, está claro que probablemente puedas asumir mucho más riesgo. Por lo tanto, los investigadores pueden asumir mucho más riesgo. Culturalmente, imagino que se parece a la modernidad temprana, cuando la gente pensaba que íbamos a curar las enfermedades. Pensaban que íbamos a prolongar radicalmente la vida. La inmortalidad formaba parte del proyecto de la modernidad temprana. La encontramos en Francis Bacon, en Condorcet. Quizás era anticristiano, quizás una consecuencia del cristianismo. Era sobre todo una cuestión de competencia: si el cristianismo prometía la resurrección física, la ciencia solo podía triunfar si prometía exactamente lo mismo. Recuerdo que en 1999 o 2000, cuando dirigíamos PayPal, uno de mis cofundadores, Luke Nosek, era un apasionado de Alcor y la criogenización. Creía que la gente debería congelarse. Llevamos a toda la empresa a una reunión sobre congelación. ¿Conoces las reuniones de Tupperware? La gente vende contratos de Tupperware. En una fiesta de congelación, venden…

¿Era solo la cabeza? ¿Qué se iba a congelar?

Se podía elegir entre el cuerpo entero o solo la cabeza.

La opción «solo la cabeza» era más barata.

Era inquietante: la impresora matricial no funcionaba bien y no se podían imprimir los contratos de criogenización.

Siempre el mismo estancamiento tecnológico, ¿no?

En retrospectiva, es incluso un síntoma del declive. En 1999, aunque no era una opinión mayoritaria, todavía había un grupo de baby-boomers que creían que podían vivir eternamente. Era la última generación. Es cierto que sigo siendo anti-boomers, pero quizá haya algo que hayamos perdido, incluso en ese narcisismo marginal de los baby-boomers que aún creían que la ciencia curaría todas sus enfermedades. Hoy en día, ningún millennial cree en eso.

Sin embargo, hay personas que hoy en día creen en otra forma de inmortalidad. Creo que parte de la fascinación por la inteligencia artificial está relacionada con una visión específica de la superación de los límites. Una de las cosas que me llamó la atención de su argumento inicial sobre el estancamiento, que se centraba principalmente en la tecnología y la economía, es que podía aplicarse a una amplia gama de ámbitos. Cuando escribió el ensayo que citamos al principio de la conversación, usted estaba interesado en el seasteading, es decir, en la idea de construir nuevas entidades políticas independientes del mundo occidental esclerótico, pero cambió de opinión en la década de 2010. Usted fue una de las pocas, si no la única, personalidad influyente de Silicon Valley que apoyó a Donald Trump en 2016. Apoyó a algunos candidatos republicanos cuidadosamente seleccionados para el Senado: uno de ellos es hoy vicepresidente de Estados Unidos. Da la impresión de que es usted una especie de inversor de capital riesgo en política y que se dijo: «aquí hay algunos agentes disruptivos que podrían cambiar el statu quo político, vale la pena correr cierto riesgo». ¿Es así como lo ve?

Por supuesto, y en varios niveles. En cierto nivel, esperábamos poder desviar el Titanic de su rumbo hacia el iceberg, para cambiar realmente el curso de nuestra sociedad.

A través de un cambio político.

Una aspiración quizás más modesta era poder al menos tener una conversación al respecto. Cuando Trump dijo «Make America Great Again», ¿era un programa positivo, optimista, ambicioso? ¿O era simplemente una valoración muy pesimista de nuestra situación actual, es decir, que ya no somos un gran país?. No tenía grandes expectativas sobre lo que Trump haría de positivo. Sin embargo, creía que, al menos, por primera vez en cien años, teníamos un republicano que no nos servía el discurso empalagoso y absurdo de Bush. No era sinónimo de progreso, pero al menos podíamos tener una conversación. En retrospectiva, era una fantasía absurda. Tenía estos dos pensamientos en 2016 —y a menudo tenemos ideas que se sitúan justo por debajo del nivel de conciencia—, pero los dos pensamientos que no podía conciliar eran los siguientes: en primer lugar, nadie me culparía por apoyar a Trump si perdía. Y, en segundo lugar, pensaba que tenía un 50 % de posibilidades de ganar. Y tenía esta idea implícita…

¿Por qué nadie lo culparía si perdía?

Simplemente habría sido tan extraño que no habría importado realmente. Pero pensaba que tenía un 50 % de posibilidades porque los problemas eran profundos y el estancamiento era frustrante. La realidad es que la gente no estaba preparada para eso. Quizás hayamos avanzado lo suficiente como para poder tener esta conversación en 2025, diez años después de Trump. Y, por supuesto, usted no eres un zombi de izquierda, Ross…

…me han llamado de todo, Peter…

…pero aceptaré todos los avances que pueda conseguir.

Desde su punto de vista, habría dos niveles: un sentimiento fundamental de que esta sociedad necesita cambios radicales y riesgos; Trump es sinónimo de cambios radicales, Trump es sinónimo de riesgos. El segundo nivel sería el siguiente: Trump está dispuesto a decir cosas que son ciertas sobre el declive estadounidense. Como inversor de capital riesgo, ¿cree que ha sacado algo en claro del primer mandato de Trump? ¿Qué ha hecho Trump durante su primer mandato que le haya parecido contrario al declive o al estancamiento?

Creo que ha llevado más tiempo del que hubiera deseado, pero hemos llegado a un punto en el que mucha gente pensaba que algo no iba bien. Y ese no era el discurso que yo mantenía entre 2012 y 2014. Debatí con Eric Schmidt en 2012, con Marc Andreessen en 2013 y con Jeff Bezos en 2014. Yo decía que había un problema de estancamiento, y los tres me respondían, en esencia, que todo iba muy bien. Sin embargo, creo que estas tres personas, al menos, han actualizado y ajustado sus puntos de vista en mayor o menor medida. Silicon Valley se ha ajustado.

Ha hecho más que ajustarse…

Sobre la cuestión del estancamiento.

Gran parte de Silicon Valley acabó apoyando a Trump en 2024, incluido, por supuesto, el más famoso de ellos, Elon Musk.

En mi opinión, esto está estrechamente relacionado con la cuestión del estancamiento. Estas cosas siempre son muy complicadas, pero mi opinión —y, una vez más, dudo mucho en hablar en nombre de todas estas personas— es que alguien como Mark Zuckerberg no era muy ideólogo. No había reflexionado mucho sobre todo esto. La postura por defecto era ser liberal y la pregunta siempre era: si el liberalismo no funciona, ¿qué hacemos? Y año tras año, la respuesta era: hay que hacer más. Si algo no funciona, hay que hacer más. Se aumenta la dosis una y otra vez, se gastan cientos de millones de dólares, se vuelve completamente woke y todo el mundo te odia. Y en algún momento, uno se dice: vale, quizá esto no funcione.

Entonces cambian de rumbo.

Y no es una cuestión de apoyo a Trump.

No se trata de apoyar a Trump, sino que, tanto en el debate público como en el privado, existe la sensación de que el trumpismo y el populismo en 2024 —quizás no en 2016, cuando usted era el único que los apoyaba, pero ahora, en 2024— pueden ser un vector de innovación tecnológica, dinamismo económico, etc.

Usted presenta las cosas de una manera muy, muy optimista.

Sé que usted es pesimista.

Cuando se presentan las cosas de manera optimista, se corre el riesgo de decepcionar.

Quiero decir que la gente ha expresado mucho optimismo. Elon Musk ha expresado temores apocalípticos sobre cómo los déficits presupuestarios nos van a matar a todos, pero se ha unido a la administración de Trump y a otras personas de su entorno diciendo básicamente: «Nuestra asociación con esta administración tiene como objetivo continuar con la grandeza tecnológica». Creo que eran optimistas. Usted parte de un punto de vista más pesimista, o realista. Lo que le pido es su valoración de la situación actual, no la de ellos. ¿Le parece que el populismo de Trump 2.0 es un vector de dinamismo tecnológico?

Sigue siendo, con diferencia, la mejor opción que tenemos. ¿Va a curar Harvard la demencia siguiendo con lo mismo que no ha funcionado en cincuenta años?

Es solo una forma de decir: esto no puede ir peor, así que hagamos borrón y cuenta nueva. Pero la crítica al populismo hoy en día sería la siguiente: Silicon Valley se ha aliado con los populistas. A los populistas les importa un comino la ciencia. No quieren gastar dinero en ciencia. Quieren eliminar la financiación de Harvard simplemente porque no les gusta Harvard. Y al final, no conseguirán las inversiones que Silicon Valley quería para el futuro. ¿Es eso cierto?

Pero tenemos que volver a la pregunta: ¿hasta qué punto funciona la ciencia?

Ahí es donde los partidarios del New Deal, independientemente de sus defectos, marcaron la diferencia: fomentaron en gran medida la ciencia, la financiaron, dieron dinero a la gente y la desarrollaron. Hoy en día, si un equivalente de Einstein escribiera una carta a la Casa Blanca, se perdería en el servicio de correo. El proyecto Manhattan hoy en día sería inimaginable. En la década de 1960, un proyecto «moonshot» todavía significaba que íbamos a la Luna. Hoy en día, un «moonshot» se refiere a algo completamente ficticio que nunca sucederá.

Sin embargo, a diferencia de otras personas de Silicon Valley, quizá, el valor del populismo reside para usted en levantar el velo y romper las ilusiones. Y no estamos necesariamente en una etapa en la que se espere que la administración de Trump ponga en marcha el proyecto Manhattan o realice un «moonshot». ¿No nos ayuda más bien el populismo a ver que todo eso no era más que una farsa?

Hay que intentar hacer ambas cosas. Las dos están muy relacionadas. Hay una desregulación de la energía nuclear y, en algún momento, volveremos a construir nuevas centrales nucleares o centrales mejor diseñadas, o incluso reactores de fusión. Para construir, hay que desregular, desmantelar. En cierto modo, construir implica despejar el terreno.

¿Ha dejado usted, a título personal, de financiar a los políticos?

Soy un poco esquizofrénico en este tema. Creo que es a la vez extremadamente importante y extremadamente tóxico. Por lo tanto, cambio constantemente de opinión sobre lo que hay que hacer…

¿Extremadamente tóxico para usted personalmente?

Para todos los que se involucran. Es un juego de suma cero. Es una locura. Y luego, en cierto modo…

Porque todo el mundo lo odia y lo asocia con Trump. ¿En qué sentido es tóxico para usted personalmente?

Es tóxico porque es un mundo de suma cero: me parece que hay mucho en juego.

¿Y se encuentra con enemigos que antes no tenía?

Es tóxico para todas las personas que se involucran de diferentes maneras. Hay una dimensión política en buscar un «regreso al futuro»: no se puede…  Es una conversación que tuve con Elon en 2024 sobre el seasteading precisamente, en la que le dije: «Si Trump no gana, simplemente quiero irme del país». Musk me respondió: «No hay ningún sitio adonde ir». Siempre se encuentran buenos argumentos a posteriori. Unas dos horas después de esa cena, una vez en casa, pensé: «Pero ¿Elon Musk ya no cree en el proyecto Marte?». 2024 es el año en que Elon dejó de creer en Marte, no como un proyecto científico descabellado, sino como un proyecto político. Marte se suponía que era un proyecto político, una alternativa. En 2024, Elon Musk había llegado a creer que, aunque lograra llegar a Marte, el gobierno socialista estadounidense y la inteligencia artificial woke lo seguirían hasta allá. Todo comenzó en una reunión entre Elon y el director ejecutivo de DeepMind, Demis Hassabis, que nosotros habíamos organizado. Demis le dijo a Elon: «Estoy trabajando en el proyecto más importante del mundo. Estoy creando una inteligencia artificial sobrehumana». Elon respondió: «Bueno, yo estoy trabajando en el proyecto más importante del mundo. Estoy convirtiéndonos en una especie interplanetaria». Demis respondió: «Bueno, ya sabes, mi IA será capaz de seguirte a Marte». Elon se quedó en silencio. Por lo que sé, le llevó años darse cuenta realmente, hasta 2024.

Pero eso no significa que no crea en Marte. Simplemente significa que ha decidido que primero debe ganar una batalla contra el déficit presupuestario o el «wokismo» para llegar a Marte.

Sí, pero ¿qué significa Marte?

Dígame, ¿qué significa Marte?

¿Es solo un proyecto científico? ¿O es como en Heinlein, la Luna como paraíso libertario?

La visión de una nueva sociedad, sin duda poblada por muchos descendientes de Elon Musk…

Bueno, no sé si se ha concretado de forma tan precisa, pero si concretas las cosas, quizá te des cuenta de que Marte se supone que es más que un proyecto científico. Se supone que es un proyecto político. Cuando lo concretas, tienes que empezar a pensar: la IA woke te seguirá, el gobierno socialista te seguirá.

Así que quizá tengas que hacer algo más que simplemente ir a Marte.

La inteligencia artificial, precisamente, parece ser la mayor excepción en un campo que ha experimentado avances notables, sorprendentes para mucha gente. También es el ámbito —estábamos hablando precisamente de política— en el que la administración de Trump, en mi opinión, está dando en gran medida a los inversores en IA mucho de lo que querían, tanto tomando distancia como estableciendo asociaciones público-privadas. Por lo tanto, es un ámbito de progreso y compromiso gubernamental. Y usted es inversor en IA. Si es así, ¿en qué piensa invertir?

No lo sé. Una pregunta que podemos hacernos es: ¿qué importancia debemos dar a la IA? Y mi respuesta estúpida es: es más que un simple gadget, pero menos que una transformación total de nuestra sociedad. Yo diría que corresponde más o menos con la importancia de internet a finales de los años noventa. En otras palabras: no estoy seguro de que sea suficiente para poner fin al estancamiento. Podría ser suficiente para crear grandes empresas. E internet quizá haya añadido algunos puntos porcentuales al PIB, quizá un 1 % de crecimiento del PIB cada año durante 10 o 15 años. Ha contribuido a la productividad. Así que esa es más o menos mi postura provisional sobre la IA. Es un poco malsano que esté tan desequilibrado, pero es lo único que tenemos. Me gustaría que los avances fueran más multidimensionales: me gustaría que fuéramos a Marte, me gustaría que encontráramos curas para la demencia. Si todo lo que tenemos es la IA, entonces me conformaré con eso. Hay riesgos. Evidentemente, hay peligros asociados a esta tecnología.

Así que es escéptico sobre lo que se podría llamar una teoría del goteo de la superinteligencia, que dice, en esencia, que si la IA tiene éxito, se volverá tan inteligente que traerá avances en el mundo de los átomos y que, si nosotros no somos capaces de curar la demencia o de construir la fábrica perfecta que creará los cohetes que irán a Marte, la IA sí podrá. En un momento dado, se superaría un umbral. Esto nos aportaría no solo más avances digitales, sino también muchas otras formas de progreso. Por lo que dice, parece que no lo cree, o que lo considera poco probable.

Sí, no sé muy bien si ese ha sido el factor determinante.

¿A qué se refiere con «factor determinante»?

Creo que simplemente refleja una ideología de Silicon Valley. De una manera extraña, quizá sea más una idea liberal que conservadora, pero la gente está realmente obsesionada con el coeficiente intelectual en Silicon Valley y cree que todo se basa en la inteligencia. Y que si tienes más gente inteligente, hará grandes cosas.

Sin embargo, en mi opinión, existe un argumento económico bastante sólido en contra del IQ: las personas inteligentes obtienen peores resultados que las demás. Incluso se podría observar una tendencia según la cual cuanto más inteligente es alguien, menos éxito tiene. O bien no saben cómo aplicar su inteligencia, o bien nuestra sociedad no sabe qué hacer con ellos, y no encuentran su lugar.

Esto sugiere, por tanto, que el factor determinante no es el IQ, sino algo que realmente no funciona en nuestra sociedad.

Comentario del entrevistador: este es un punto esencial. La ideología a la que se refiere Thiel se expresa, en particular, en los diversos textos de Sam Altman, que se basan explícitamente en la premisa de que el aumento y el crecimiento de la inteligencia cuantificable solo pueden mejorar la sociedad. Esta idea queda bien reflejada en su último texto, en el que afirma que «ChatGPT ya es más poderoso que cualquier ser humano que haya existido».

Pero, ¿se trata de un límite de la inteligencia o de un problema relacionado con los tipos de personalidad creados por la superinteligencia humana? No soy muy partidario de la idea —y así lo expresé en un episodio de este podcast con el investigador Daniel Kokotajlo— de que algunos problemas puedan resolverse simplemente aumentando la inteligencia.

Sí, es difícil de demostrar. Siempre es difícil demostrar este tipo de cosas. Pero comparto su intuición, porque creo que no nos han faltado personas inteligentes, sino que las cosas se han estancado por otras razones. Quizás nuestros problemas sean irresolubles, lo cual sería una visión pesimista. Quizás no haya remedio para la demencia; quizás no haya remedio para la mortalidad… Quizás sea un problema irresoluble. O quizás sean cosas culturales. Por lo tanto, la solución no estaría tanto en la inteligencia individual como en la forma en que todo esto se integra en nuestra sociedad. ¿Toleramos a las personas inteligentes y heterodoxas? Quizás necesitamos personas inteligentes y heterodoxas para llevar a cabo experimentos descabellados. Y si la IA es simplemente inteligente en el sentido convencional del término, entonces también será conformista. Quizás no sea ese tipo de inteligencia la que necesitamos.

¿Teme entonces un futuro en el que la IA se convierta en una especie de estancamiento? ¿Que sea muy inteligente, pero creativa de una manera conformista, un poco como el algoritmo de Netflix, que produce una infinidad de películas correctas que la gente ve, pero ninguna obra maestra?

Es muy posible. Sin duda es un riesgo. Pero creo que deberíamos probar la IA de todos modos, porque la alternativa es el estancamiento total. Pueden pasar todo tipo de cosas interesantes. Quizás los drones en un contexto militar se combinen con la IA. Es aterrador, peligroso, distópico. Quizás eso cambie radicalmente las cosas. Pero si eliminas la IA, simplemente no pasa nada. Existe una versión de este debate sobre internet: ¿ha llevado internet a un mayor conformismo y a una mayor apertura? Y hay todo tipo de razones por las que no ha llevado a la explosión de abundancia con la que soñaban los libertarios en 1999. Pero, contrariamente a lo que se podría pensar, yo diría que ha sido mejor que la alternativa, que si no hubiéramos tenido internet. Quizás habría sido peor. La IA es mejor que la alternativa. Porque la alternativa no es nada. Este es un ámbito en el que los argumentos del estancamiento se refuerzan aún más: hablar tanto de la IA es un reconocimiento implícito de que sin ella estaríamos en un estancamiento casi total.

Pero el mundo de la IA está claramente poblado por personas que, como mínimo, parecen tener una visión más utópica o transformadora —llámelo como quiera— de la tecnología que la que usted expresa aquí. Y antes mencionó la idea de que el mundo moderno prometía en su día una prolongación radical de la vida, lo que ya no es el caso hoy en día. Me parece muy claro que varias personas profundamente involucradas en el desarrollo de la IA la consideran como un mecanismo de transhumanismo, de trascendencia de nuestra carne mortal, y ya sea como una especie de creación de una especie sucesora o como una especie de fusión entre la mente y la máquina. ¿Cree que todo esto es solo una fantasía sin fundamento? ¿O cree que es solo una moda pasajera? ¿Cree que la gente recauda fondos afirmando que vamos a construir un dios máquina? ¿Es solo publicidad? ¿Es una ilusión? ¿Es algo que le preocupa?

Sí…

Preferiría que la especie humana sobreviviera, ¿verdad?

Eh…

Está dudando.

Bueno, no lo sé. Me gustaría… Me gustaría…

¡Está dudando mucho!

Hay tantas preguntas implícitas en esa frase.

¿Debe sobrevivir la especie humana?

Sí.

De acuerdo.

Pero también me gustaría que resolviéramos estos problemas de forma radical. Tomemos el transhumanismo. El ideal inicial era esa transformación radical en la que tu cuerpo humano natural se convierte en un cuerpo inmortal. Ya existen transformaciones, en un contexto sexual. Un travesti es alguien que cambia de ropa y se disfraza, y un transexual es alguien que cambia su pene por una vagina. Se puede debatir sobre la eficacia de estas operaciones quirúrgicas. Pero queremos mucho más que una simple transformación. La crítica no es decir que es extraño y antinatural, sino más bien: «Es totalmente patético e insignificante». Queremos más que el travestismo o el cambio de órganos sexuales. Queremos que puedas cambiar tu corazón, cambiar tu mente y cambiar todo tu cuerpo. El cristianismo ortodoxo, por cierto, critica que esto no va lo suficientemente lejos. El transhumanismo solo cambia tu cuerpo, pero también debes transformar tu alma y todo tu ser. Y entonces….

Espere. En general, estoy de acuerdo con lo que creo que es su convicción, a saber, que la religión debe ser amiga de la ciencia y de las ideas de progreso científico, y que cualquier idea de providencia divina debe abarcar el hecho de que hemos progresado, logrado y realizado cosas que habrían sido inimaginables para nuestros antepasados, pero aún así parece que la promesa del cristianismo es, en última instancia, obtener un cuerpo perfecto y un alma perfecta a través de la gracia de Dios. Y quien intente lograrlo por sus propios medios con la ayuda de una multitud de máquinas corre el riesgo de acabar como un personaje distópico.

Aclaremos esto. Creo que la palabra «naturaleza» no aparece ni una sola vez en el Antiguo Testamento. Por lo tanto, hay una palabra, un significado, en el que, según mi comprensión de la inspiración judeocristiana, se trata de trascender la naturaleza. Se trata de superar las cosas. Y lo más parecido que se puede decir de la naturaleza es que las personas están derrotadas. Ser natural, en el sentido cristiano, es estar en un estado lamentable. Y es cierto. Pero hay formas, con la ayuda de Dios, de trascender eso y superarlo.

La mayoría de las personas que trabajan en la construcción de esta hipotética máquina divina no piensan que están cooperando con Yahvé, Jehová, el Señor de los ejércitos…

Por supuesto, por supuesto. Pero…

Creen que están construyendo la inmortalidad por sí mismos, ¿no?

Estamos saltando de un tema a otro. Una vez más, mi crítica es la siguiente: no son lo suficientemente ambiciosos. Desde un punto de vista cristiano, estas personas no son lo suficientemente ambiciosas.

¿Pero no son lo suficientemente ambiciosos en el plano moral y espiritual?

¿Siguen siendo lo suficientemente ambiciosos en el plano físico?. ¿Siguen siendo realmente transhumanistas?. La criogenización parece una moda pasada, muy de 1999, que ya no está de actualidad. No, no son transhumanistas en el plano físico. Quizás no se trate de criogenización, sino de descarga. Lo cual no es exactamente lo mismo: Prefiero conservar mi cuerpo. No quiero un simple programa informático que me simule.

Estoy de acuerdo.

Por lo tanto, la descarga parecía un paso atrás con respecto a la criogenización. Pero incluso eso forma parte del debate, y ahí es donde las cosas se vuelven muy difíciles de evaluar. No quiero decir que se lo inventen todo y que todo sea falso, pero no….

¿Cree que parte de todo esto es falso?

No creo que sea falso, porque eso implicaría que la gente miente, pero quiero decir que no es el centro de gravedad.

Sí.

Así que hay un lenguaje optimista. Tuve una conversación con Elon Musk sobre esto hace unas semanas. Me explicaba que en diez años tendremos mil millones de robots humanoides en Estados Unidos. Le respondí que, si eso llegara a suceder, ya no tendría que preocuparse por el déficit presupuestario, ya que el crecimiento permitiría cubrirlo —él está muy preocupado por el déficit—. Esto no prueba que no crea en la existencia de mil millones de robots, pero tal vez sugiere que no lo ha pensado lo suficiente, que no cree que vaya a tener un impacto económico tan transformador o que hay un amplio margen de error. En cierto modo, estas cosas no están del todo maduras. Si tuviera que criticar a Silicon Valley, diría que siempre le cuesta entender el significado de la tecnología. Las conversaciones tienden a perderse en detalles microscópicos, como: «¿Cuál es el coeficiente intelectual de la IA?» o «¿Cómo se define exactamente la AGI?». Nos embarcamos en debates técnicos interminables, cuando hay muchas cuestiones intermedias que me parecen muy importantes, como: «¿Qué implicaciones tiene para el déficit presupuestario? ¿Qué implicaciones tiene para la economía? ¿Qué implicaciones tiene para la geopolítica?». Una de las conversaciones que mantuve recientemente con usted versó sobre la siguiente cuestión: ¿está la IA cambiando los cálculos de China con respecto a una invasión de Taiwán? Si la revolución de la IA se acelera, ¿se quedará atrás el ejército chino?. Desde un punto de vista optimista, podría disuadir a China, ya que habría perdido la partida. Desde un punto de vista pesimista, podría incitarla a actuar más rápidamente, ya que sabría que es ahora o nunca: si no se apodera de Taiwán ahora, se quedará atrás. En cualquier caso, es un tema muy importante que no se ha profundizado lo suficiente. No pensamos en el impacto de la IA en la geopolítica. No pensamos en su impacto en la macroeconomía. Son el tipo de cuestiones que me gustaría que profundizáramos más.

Hay otra cuestión macroeconómica que le interesa. Vamos a abordar un poco el tema de la religión. Recientemente ha impartido conferencias sobre el concepto del Anticristo, que es un concepto cristiano, un concepto apocalíptico. ¿Qué significa para usted? ¿Qué es el Anticristo?

¿Cuánto tiempo tenemos?

Todo el que sea necesario para hablar del Anticristo.

Muy bien. Podría hablar de ello durante mucho tiempo. Creo que siempre hay que saber cómo hablar de los riesgos y los retos de nuestro tiempo. A menudo se trata de un discurso científico distópico y aterrador: la guerra nuclear, la catástrofe medioambiental —quizás a través de algo aún más específico como el cambio climático—, el riesgo relacionado con las armas biológicas. Se barajan todos los escenarios de ciencia ficción. Y, por supuesto, existen ciertos tipos de riesgos relacionados con la inteligencia artificial. Pero sigo pensando que, si queremos hablar de riesgos existenciales, quizá también deberíamos hablar del riesgo de otro tipo de singularidad nefasta, que yo describiría como un Estado totalitario mundial. Porque la solución política por defecto que la gente tiene para todos estos riesgos existenciales es una gobernanza mundial única. ¿Qué hacemos con las armas nucleares? Tenemos una Organización de las Naciones Unidas con poderes reales que las controla, y están controladas por un orden político internacional. Y luego está la siguiente pregunta: ¿qué hacemos con la IA? Necesitamos una gobernanza informática mundial. Necesitamos un gobierno mundial que controle todos los ordenadores, registre cada tecla que pulsamos, para asegurarnos de que nadie programa una IA peligrosa. Me pregunto si eso no es como salir del infierno para caer en la boca del lobo. Tras la fachada «judeocristiana» de su argumentación,

El marco filosófico ateo es «Un mundo o nada». Se trata de un cortometraje producido por la Federación de Científicos Americanos a finales de la década de 1940. Comienza con la explosión de una bomba nuclear que destruye el mundo, y es evidente que se necesita un gobierno mundial para evitarlo: un mundo o nada. El marco cristiano, que plantea en cierto modo la misma pregunta, es el siguiente: ¿el Anticristo o el Armagedón? O tenemos el Estado mundial del Anticristo o caminamos hacia el Armagedón: «un solo mundo o ninguno», «el Anticristo o el Armagedón», en cierto modo, son la misma pregunta.

Tengo muchas reflexiones sobre este tema, pero surge una pregunta: ¿cómo toma el Anticristo el control del mundo? ¿Pronuncia discursos demoníacos e hipnóticos y la gente cae en la trampa? ¿Una especie de demonium ex machina?

Comentario del entrevistador:

Thiel sigue siendo un multimillonario libertario. La denuncia de un gobierno mundial —que juega hábilmente con un lugar común de la conspiración para captar la atención de los oyentes— sirve en el fondo para expresar algo bastante simple: su mayor temor es más Estado y más desregulación. Para compensar la drástica reducción de la financiación destinada a la salud, la investigación médica y la innovación biomédica que figura en su proyecto de ley presupuestaria, la administración de Trump quiere dar más importancia a los algoritmos y a la inteligencia artificial para lograr avances científicos, en particular a través de Palantir, el gigante de la vigilancia informática creado por Thiel. En vísperas de la elección de Donald Trump, una acción de Palantir se cotizaba a 60 dólares. Hoy vale más de 130. Peter Thiel posee 100 millones. Para comprender esta parte del razonamiento de Peter Thiel, remitimos a la lectura del texto y los comentarios de una de sus anteriores entrevistas en dos partes, en la que detalla ampliamente este punto.

Es totalmente inverosímil.

Es una falla argumental muy poco plausible. Pero creo que tenemos una respuesta a esta falla. La forma en que el Anticristo tomaría el control del mundo es hablando sin cesar del Armagedón: se habla constantemente del riesgo existencial y de cómo hay que regularlo. Es lo contrario de la imagen de la ciencia baconiana de los siglos XVII y XVIII, en la que el Anticristo es una especie de genio tecnológico malvado, un científico malvado que inventa esta máquina para conquistar el mundo. La gente tiene demasiado miedo a eso….

Comentario del entrevistador: Sobre los argumentos que Thiel extrae de La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, véase su texto «Nihilsm is not enough»,

En nuestro mundo, es lo contrario lo que encuentra resonancia política. Lo que tiene resonancia política es la idea de que debemos detener la ciencia y simplemente decir «basta» a todo esto. En el siglo XVII, puedo imaginar a un Doctor Strangelove, un personaje al estilo de Edward Teller, tomando el control del mundo. En nuestro mundo, es mucho más probable que sea Greta Thunberg. El húngaro Ede Teller fue uno de los físicos del proyecto Manhattan y el «padre» de la bomba de hidrógeno, que promovió con fervor.

Antiguamente, el temor razonable era que el Anticristo fuera una especie de mago de la tecnología. Hoy en día, sería una persona que promete controlar la tecnología, hacerla segura e instaurar lo que, desde su punto de vista, sería un estancamiento universal, ¿no?

Esa es más o menos mi descripción de cómo sucedería.

Sí, pero usted dice que el verdadero Anticristo jugaría con ese miedo y diría: «Deben seguirme para evitar el Armagedón nuclear».

Sí.

Tiendo a pensar, viendo el mundo tal y como es hoy en día, que se necesitaría algún tipo de avance tecnológico radical para que ese miedo se hiciera realmente tangible. Puedo imaginar que el mundo se vuelva hacia alguien que prometa paz y regulación, si llegáramos a creer que la inteligencia artificial está a punto de aniquilar a la humanidad. Pero para llegar a ese punto, sería necesario que se empezara a materializar un escenario apocalíptico de tipo «aceleracionista». Para conseguir un Anticristo de la «paz y la seguridad», se necesitaría, por tanto, un mayor avance tecnológico. Uno de los grandes fracasos del totalitarismo en el siglo XX fue que tenía un déficit de conocimiento: no podía saber lo que ocurría en todo el mundo. Por lo tanto, se necesitaría una inteligencia artificial, u otra tecnología equivalente, capaz de sostener un régimen totalitario de este tipo en nombre de la estabilidad. En resumen, ¿no cree que el peor escenario posible implica primero un impulso del progreso tecnológico, que luego se domesticaría para instaurar una forma de estancamiento totalitario?

Es posible…

Fíjese en Greta Thunberg, que está en un barco en el Mediterráneo protestando contra Israel. Simplemente no veo cómo la IA, la tecnología o incluso la lucha contra el cambio climático podrían constituir un poderoso grito de unión universal en este momento, sin una aceleración del cambio y un temor real a una catástrofe total.

Es muy difícil de evaluar. Pero creo que el ecologismo es bastante poderoso. No sé si es lo suficientemente poderoso como para crear un Estado totalitario mundial, pero bueno, es… Diría que es lo único en lo que la gente todavía cree en Europa.

En Europa, la gente cree más en la ecología que en la sharia islámica o en la toma del poder totalitario por parte del comunismo chino. El porvenir es una idea de un futuro que parece diferente del presente: las tres únicas opciones que se ofrecen en Europa son la ecología, la sharia y el Estado comunista totalitario. Y la ecología es, con diferencia, la más fuerte.

En una Europa en declive, en descomposición, que ya no es un actor dominante en el mundo.

Todo está siempre relacionado con un contexto. Hemos tenido una relación muy compleja con la tecnología nuclear. Y es cierto que no nos ha llevado a un Estado mundial totalitario. Pero, en la década de 1970, una forma de explicar el estancamiento era decir que el progreso tecnológico galopante había acabado por asustar, que la ciencia al estilo de Francis Bacon se había detenido en Los Álamos. Y entonces decidimos que ya era suficiente. Que se había acabado. No queríamos ir más allá. Cuando Charles Manson toma LSD a finales de los años sesenta y comienzan los asesinatos, lo que descubre bajo los efectos de la droga es que se puede convertirse en una especie de antihéroe dostoievskiano al que todo le está permitido. Por supuesto, no todo el mundo se convirtió en Charles Manson. Pero en mi versión de la historia, todo el mundo se volvió tan perturbado como él, y los hippies tomaron el control.

Pero Charles Manson no se convirtió en el Anticristo ni tomó el control del mundo. Terminamos en el apocalipsis, y usted…

Mi versión de la historia de los años setenta es que los hippies ganaron. Pisamos la Luna en julio de 1969. Woodstock comenzó tres semanas después. En retrospectiva, fue entonces cuando se detuvo el progreso y ganaron los hippies. Y sí, no fue literalmente Charles Manson…

Sigamos con la figura del Anticristo para concluir. Pero actualmente no vivimos bajo el Anticristo, ya que, según usted, simplemente estamos en un periodo de estancamiento. Y usted sugiere que algo peor podría aparecer en el horizonte, algo que haría que este estancamiento fuera permanente, alimentado por el miedo. Y lo que yo propongo es que, para que se produzca tal escenario, sería necesario un nuevo impulso tecnológico, comparable al de Los Álamos, que provocaría un miedo generalizado. Así que mi pregunta es muy concreta: usted invierte en inteligencia artificial. Usted está muy involucrado en Palantir, en tecnología militar, vigilancia, tecnologías de guerra. Simplemente tenemos la sensación de que, cuando me cuenta una historia en la que el Anticristo toma el poder explotando el miedo al progreso tecnológico para imponer el orden en el mundo, ese Anticristo podría utilizar las herramientas que usted está construyendo. Podría decirse: «Vamos a acabar con el progreso tecnológico… pero lo que Palantir ha logrado hasta ahora es realmente útil». ¿No le preocupa eso? ¿No sería irónico que quien se preocupa públicamente por el Anticristo contribuyera involuntariamente a su llegada?

Mire, hay multitud de escenarios. Obviamente, no creo que eso sea lo que estoy haciendo.

Para que quede claro, tampoco creo que sea lo que usted está haciendo. Lo que me interesa es entender cómo se llega a un mundo dispuesto a someterse a una autoridad autoritaria permanente.

Hay diferentes grados en este proceso, que se pueden describir. Pero ¿es tan absurdo lo que acabo de exponer, como relato general del estancamiento, la idea de que el mundo entero se haya sometido durante cincuenta años a un régimen de «paz y seguridad»? Eso es lo que dice la Primera Epístola a los Tesalonicenses, 5:3: el lema del Anticristo será «paz y seguridad». Y nos hemos sometido a la FDA, que no solo regula los medicamentos en Estados Unidos, sino de facto en todo el mundo, porque los demás países se remiten a sus decisiones. La Comisión Reguladora Nuclear de Estados Unidos (NRC) regula en la práctica las centrales nucleares de todo el mundo. No se puede simplemente diseñar un reactor nuclear modular y construirlo en Argentina. Nadie confiará en los reguladores argentinos. Recurrirán a las autoridades estadounidenses. Así pues, la pregunta sigue sin respuesta: ¿por qué hemos vivido cincuenta años de estancamiento? Una posible respuesta es que hemos dejado de tener ideas. Otra es que se ha producido un cambio cultural que lo ha hecho todo imposible. Y esta respuesta cultural puede interpretarse de forma ascendente: la humanidad se habría transformado en una especie más dócil. O bien, al menos en parte, de forma descendente: las instituciones gubernamentales se habrían transformado en un aparato favorable al estancamiento. La energía nuclear es el mejor ejemplo: debía ser la energía del siglo XXI y ha sido descartada en todo el mundo.

En cierto modo, según lo que usted dice, ya estaríamos viviendo una forma moderada del reinado del Anticristo. ¿Cree que Dios controla el curso de la historia?

Creo que siempre hay lugar para la libertad humana, para la elección. Las cosas no están completamente predeterminadas en un sentido u otro.

Pero Dios no nos dejaría indefinidamente bajo el reinado de un Anticristo moderado y estancado, ¿verdad? No es así como se supone que va a terminar la historia, ¿verdad?

Atribuir demasiada causalidad a Dios siempre es problemático. Podría citar varios versículos, pero voy a tomar Juan 15:25, donde Cristo dice: «Me han odiado sin motivo». Todas esas personas que persiguen a Cristo no tienen realmente ningún motivo para hacerlo. Y si interpretamos este versículo como un comentario sobre la causalidad última, sería: «Yo persigo porque Dios me ha empujado a hacerlo». Dios sería el origen de todo. Pero la visión cristiana va en contra de eso. No es calvinista. Dios no está detrás de cada acontecimiento histórico. No lo causa todo. Si dices que Dios es la causa de todo, estás convirtiendo a Dios en un chivo expiatorio.

Pero Dios sí está en el origen de la entrada de Jesucristo en la historia, ¿no? Porque no quería dejarnos en un Imperio romano estancado y decadente. Por lo tanto, en un momento dado, Dios interviene.

No soy calvinista hasta ese punto.

No es calvinismo. Es simplemente cristianismo: según su lógica, Dios no debería dejarnos eternamente pegados a nuestras pantallas, escuchando los sermones de Greta Thunberg.

Para bien o para mal, creo que hay un gran lugar para la acción humana, para la libertad humana. Si pensara que todo está predeterminado, entonces más vale resignarse: que vengan los leones. Solo quedaría hacer un poco de yoga, rezar en silencio y esperar a que te devoren. Pero no creo que eso sea lo que debemos hacer.

3 que de se focaliser sur l’affaiblissement des États-nations. Il faut parler du