El amor romántico se ha presentado en los 200 últimos años como el estado civil ideal cuyo lógico fin ha sido la formación de una familia nuclear tradicional.
En el XIX el amor se asoció a la tarea reproductiva femenina, se enmarcó en un espacio concreto: el hogar, se instituyó como rito social: la boda, se perpetuaron las normas de la moral cristianas: fidelidad, convivencia, exclusividad, responsabilidad; y se consolidaron unas costumbres sociales que reificaban el matrimonio y la familia patriarcal como instituciones naturales, lógicas, dadas por supuesto.
La función social del amor romántico en la sociedad occidental ha sido la de afianzar la estabilidad del sistema social familiar monógamo mediante los mitos de la exclusividad, fidelidad, media naranja, etc.
Antecedentes
- Amor apasionado de la
Grecia clásica
- Amor cortesano de la
Edad Media
- Amor galante
occidental del S-XVIII
El ideal del amor romántico está vinculado al individualismo afectivo y a la libertad individual promovida por el Romanticismo en el S-XIX.
El modelo resultante es la base de la relación de pareja emocionalmente unida y monógama, consecuencia del love-match como opuesto al matrimonio de interés o matrimonio concertado o matrimonio de conveniencia de épocas anteriores.
En estos tipos de matrimonio el principio fundamental era la consecución de la reproducción social, de ahí el énfasis en la igualdad entre los esposos y el papel fundamental de los padres en la elección de pareja.
El matrimonio era la estructura básica para la preservación o el incremento de la propiedad, un rol que se fue perdiendo bajo el capitalismo. Así mientras que el modelo medieval y moderno debía asumir una incompatibilidad fundamental entre amor y matrimonio, la ideología romántica del XIX asumió su inseparabilidad.
Bases epistemológicas
Una de las leyes del pensamiento formuladas por Aristóteles es la del Tercio excluso o pensamiento polarizante. Esta ley establece oposiciones entre razón y emoción, naturaleza y cultura, masculino y femenino, positivo y negativo, bien y mal, verdad y mentira, etc.
Estas oposiciones en pares binarios ocultan la amplia gama de matices y factores interrelacionados que se dan entre todos los procesos de conocimiento e investigación ya que la praxis del pensamiento dual es en sí reduccionista y empobrecedora.
Para esta forma de pensamiento
-
el hombre representaba la cultura,
el raciocinio, la civilización, la ciencia, la ley, el orden, la filosofía
- la mujer representaba la
naturaleza, los sentimientos, lo irracional, lo salvaje, lo caótico, lo oscuro,
lo incognoscible.
El poder simbólico descansa sobre reificación de la realidad.
La reificación es un proceso mediante el cual los seres humanos llegamos
a olvidar que nuestras creencias, cosmovisiones, religiones, mitologías,
instituciones, ideologías y nuestra cultura son un producto social, creado por
los seres humanos y transmitidos de generación en generación.
En este proceso de olvido subyace la capacidad del poder para prolongar y perpetuar su estatus quo lo que constituye uno de los mayores instrumentos de control social. Es así como la realidad se nos presenta como dada, siendo nosotros los que debemos adaptarnos a ella, y no al revés.
Para la semiótica, o ciencia del sentido, la cultura es necesariamente interpretativa y las interpretaciones nunca producen un momento final de verdad absoluta.. Al contrario, a las interpretaciones siempre siguen otras interpretaciones, en una cadena sin fin. Pierce, Saussure, Barthes, Eco, Greimas, Geertz, etc. Comparten este punto de vista según el cual la sociedad se mantiene unida mediante la participación común en un sistema de significación.
Las reificaciones de la institución del matrimonio suceden cuando este se ve como una imitación de actos divinos de creatividad, como un mandato universal de la ley natural, como la consecuencia necesaria de fuerzas biológicas o psicológicas o como imperativo funcional del sistema social. Lo que tienen en común estas reificaciones es que ofuscan el sentido del matrimonio en cuanto es una producción humana continua.
Es así como mediante la reificación el mundo de las instituciones parece fusionarse con el mundo de la naturaleza convirtiéndose en necesidad y destino y viviéndose íntegramente como tal, con alegría o tristeza según el caso.
En el S-XVIII apareció la conveniencia del matrimonio. El primer paso fue seducir a la mujer mitificando el amor y la figura de la feliz casada. El segundo fue la sujeción legal y económica de la mujer al hombre por medio del matrimonio.
El momento clave se dio cuando el libre consentimiento se instituyó como la base del matrimonio: es entonces cuando el amor y el matrimonio quedaron firmemente unidos.
Los contrayentes empezaron a elegir pareja, y los cabezas de familia dejaron de decidir el destino de hijos e hijas. Hombres y mujeres empezaron a elegir por sus grados de afinidad y sentimientos. Gracias a esa libertad se constituyó el mito del amor legalizado, que invisibiliza la dimensión económica del matrimonio.
Pincipales mitos asociados al amor romántico (Yela Garcia)
Mito de la “media naranja”, o creencia en que elegimos a la pareja que teníamos predestinada de algún modo y que ha sido la única o la mejor elección posible. Este mito tiene su origen en la Grecia Clásica y se intensifica con el Amor Cortés y el Romanticismo. Su aceptación podría llevar a un nivel de exigencia excesivamente elevado en la relación de pareja, con el consiguiente riesgo de decepción, o de una tolerancia excesiva al considerar que siendo la pareja ideal hay que permitirle más o esforzarse más (uno/a mismo/a) para que las cosas vayan bien (pudiendo llegarse a la dependencia afectiva).
Mito del emparejamiento o de la pareja, creencia en que la pareja (heterosexual) es algo natural y universal y en que la monogamia amorosa está presente en todas las épocas y todas las culturas. La aceptación de esta creencia puede dar lugar a conflictos internos en aquellas personas que se desvíen de algún modo de esta creencia normativa (personas no emparejadas, que lo están con personas de su mismo sexo o con más de una persona,…).
Mito de la exclusividad, o creencia en que es imposible estar enamorado/a de dos personas a la vez. La aceptación de esta creencia puede suponer conflictos internos y/o relacionales al entrar en colisión con aquellas normas sociales que imponen las relaciones monógamas.
Mito de la fidelidad, o creencia en que todos los deseos pasionales, románticos y eróticos deben satisfacerse exclusivamente con una única persona, la propia pareja, si es que se la ama de verdad. Ciertas perspectivas teóricas (como la sociobiológica) sostiene que las relaciones fuera de la pareja son un universal, por lo que resultaría problemático llevar esta creencia a la práctica, mientras que no hacerlo causaría sanciones sociales, es decir, se tome la alternativa que se tome, podría aparecer el conflicto.
Estos tres mitos (del emparejamiento, de la exclusividad y de la fidelidad) fueron introducidos por la Cristiandad (y se hallan presentes en escritos de San Agustín, San Jerónimo o Santo Tomás) con objeto de instaurar un nuevo modelo de relación de pareja (amar sólo a una persona, tener relaciones sexuales sólo con ella, y establecer una relación heterosexual), diferenciado de los de épocas y culturas anteriores. Los mitos sobre la castidad o la sexualidad como algo pecaminoso, también introducidos por el Cristianismo, tendrían el mismo objetivo.
Mito de los celos, o creencia en que los celos son un signo de amor, e incluso el
requisito indispensable de un verdadero amor.
Este mito fue también introducido por la Cristiandad como un garante de la exclusividad y la fidelidad, anteriormente comentadas. Suele usarse habitualmente para justificar comportamientos egoístas, injustos, represivos y, en ocasiones, violentos y aparece en algunos de los modelos explicativos multicausales como uno de los antecedentes de la violencia de género.
Mito de la equivalencia, o creencia en que el “amor” (sentimiento) y el “enamoramiento” (estado más o menos duradero) son equivalentes y, por tanto, si una persona deja de estar apasionadamente enamorada es que ya no ama a su pareja y lo mejor es abandonar la relación. Algunas investigaciones sugieren que los procesos biológicos, psicológicos e interpersonales característicos de las fases de enamoramiento intenso van modificándose con el tiempo, dando lugar a procesos de otro tipo. Aceptar este mito supone, en cambio, no reconocer la diferencia entre una cuestión y otra y no reconocer esa transformación, lo que podría llevar a vivirla de modo traumático.
Mito de la omnipotencia o creencia en que “el amor lo puede todo” y por tanto si hay verdadero amor los obstáculos externos o internos no deben influir sobre la pareja, y es suficiente con el amor para solucionar todos los problemas y para justificar todas las conductas.
Este mito puede ser usado como una excusa para no modificar determinados comportamientos o actitudes, o llevar la negación de los conflictos de pareja, dificultando su afrontamiento.
Estos dos mitos (de la equivalencia y de la omnipotencia) fueron introducidos por el Amor Cortés y potenciados posteriormente por el Romanticismo.
Mito del libre albedrío, o creencia en que nuestros sentimientos amorosos son absolutamente íntimos y no están influidos por factores socio-biológico-culturales ajenos a nuestra voluntad y conciencia.
Este mito se expande durante el Renacimiento, el Barroco y, posteriormente, durante el Romanticismo.
Aceptar este mito supone no reconocer las presiones biológicas, sociales y culturales a las que las personas estamos o podemos estar sometidas, lo cual puede generar exceso de confianza, culpabilización, etc. Mito del matrimonio o de la convivencia, creencia en que el amor romántico-pasional debe conducir a la unión estable de la pareja y constituirse en la única base de la convivencia de la pareja.
En relación a sus orígenes, a finales del s. XIX se inicia una corriente
(que se consolida en el s. XX) que vincula por primera vez en la historia los
conceptos de amor romántico, matrimonio y sexualidad y a partir de la cual el
amor romántico se hace normativo, el matrimonio deja de ser concertado y pasa a
ser por amor y se considera que, además del amor romántico, también la
satisfacción sexual deben darse en el matrimonio.
Esto supone pues una contraposición a lo que había ocurrido en épocas anteriores (por ejemplo, en el Amor Cortés que surge como opuesto al matrimonio). Este mito establece una relación entre dos elementos, uno que se pretende duradero como es el matrimonio, y un estado emocional transitorio como es la pasión, lo cual resulta difícil de gestionar y puede llevar fácilmente a la decepción.
Mito de la perdurabilidad o de la pasión eterna creencia de que al amor romántico y pasional de los primeros meses puede y debe perdurar tras años de convivencia.
Este mito surge también muy ligado a la corriente que vincula amor romántico y matrimonio. Sin embargo, los estudios sobre el tema coinciden en señalar que la pasión amorosa tiene “fecha de caducidad” con lo que esta creencia puede tener consecuencias negativas sobre la estabilidad emocional de la persona y de la pareja.
Mito del matrimonio o convivencia creencia de que al amor romántico pasional debe conducir a la unión estable de la pareja, y constituirse en la (única) base del matrimonio (o de la convivencia en pareja). Esto causa problemas porque la institucionalización de la pasión y el paso del tiempo, acaban con ella.
Mito del emparejamiento creencia en que la pareja es algo natural y universal. Así, la convivencia de dos en dos, ha sido reificada en el imaginario colectivo e institucionalizada en la sociedad.
Gracias a nuestra capacidad racional, podemos deconstruir estos mitos para llegar a conocer la cultura que los creó. En estos mitos están insertos los miedos, las motivaciones, el sistema de creencias, los valores, la ética, los modelos a seguir y los deseos de los miembros de esa cultura. Es así como se podrá acabar con el patriarcado a nivel narrativo, emocional e ideológico.
Los mitos amorosos crean expectativas desmesuradas que aprisionan a la gente en divisiones y clasificaciones que perpetúan un sistema jerárquico, desigual, y basado en la dependencia de sus miembros.
Además provocan dolor en la gente porque el amor no es eterno, ni perfecto, ni maravilloso ni no viene a salvar de nada.
La utopía del amor romántico, con sus idealizaciones, es la nueva religión colectiva que nos envuelve en falsas promesas de autorrealización, plenitud, y felicidad perpetua.
Un poco de historia sobre el amor romántico
El surgimiento del amor romántico se produce en la Europa occidental, bajo la forma de un ideal, entre el siglo XVIII y XIX[1]. Se disemina globalmente de forma casi hegemónica a lo largo del siglo XX gracias en buena medida a la ayuda de los "media" en el marco de la irrupción de la sociedad de consumo.
Este ideal va ligado fundamentalmente al individualismo afectivo y la libertad individual promovidos por el romanticismo.
El modelo resultante constituye la base de la pareja monógama emocionalmente implicada, consecuencia del llamado matrimonio por amor, en contraposición al denominado matrimonio por interés –o matrimonio arreglado o amor convenido- prototípico de la sociedad pre-industrial, agraria, tradicional, pre-moderna o del antiguo régimen.
La irrupción del amor romántico trastocó y revolucionó las bases del modelo sexo-amoroso anterior.
El amor romántico se gesta en gran medida en un corpus de literatura sentimental dirigida básicamente a las mujeres y en el contexto de las revoluciones burguesa e industrial.
Constituye, en este sentido, una de las principales bases legitimadoras de la segregación de roles que fundamenta la sociedad industrializada y es una referencia capital en parte del desarrollo futuro de la sociedad de consumo.
Por otra parte, el amor romántico supone que hay sólo una
persona en el mundo con la que uno puede unirse a todos los niveles, y se
idealiza en conceptos como el
"príncipe azul", o se metaforiza con imágenes como la de la media
naranja. Todo ello presupone que se puede establecer con alguien un vínculo
emocional duradero sobre la base de las cualidades intrínsecas.
Así, el amor romántico descansa sobre la idealización del objeto del amor y el mutuo acuerdo de la pareja para unirse para siempre, para lo bueno y para lo malo.
Con estos presupuestos no es de extrañar que elementos tales como la posesión, la exclusividad, los celos y la fidelidad sexual aparezcan como pruebas de amor en la retórica romántica, bajo la fórmula del control amoroso generalizado que reproduce la familia burguesa tradicional.
La pareja romántica pasará a ser también el lugar del placer y de la auto-realización más que el de la reproducción y del ámbito de las obligaciones sociales.
Pasión, durabilidad y libertad de elección son las bases fundamentales del nuevo concepto de amor surgido con el romanticismo y del nuevo ideal amoroso difundido por éste, sin olvidar el carácter ideal de este nuevo patrón, porque sus principios distan en ocasiones de la realidad sobre la que actúa y que a su vez contribuye a conformar.
Así, por ejemplo, el ideal, aún hoy muy presente, del amor para toda la vida convive desde hace décadas con la generalización del divorcio y del patrón de la monogamia sucesiva.
La ironía es que incluso en el "mundo desarrollado" la idea de una relación basada enteramente en el amor es una ficción. Y no sólo por la tozuda tendencia de la gente a casarse con gente igual a ella, sino también porque la idea de la conyugalidad afectiva contrasta con los datos sobre el sexo extra-marital - que muestran cómo el sexo, al igual que sucedía en la pre-modernidad, es más prevalente fuera del matrimonio- y con la importancia del dinero en las relaciones de pareja, tal como evidencian gran parte de los procesos de divorcio.
Superación del amor romántico
La distancia y contradicciones entre el ideal romántico y las prácticas amorosas de la mayoría, y los cambios producidos desde la irrupción y el dominio del amor romántico hasta nuestros días, han hacen necesarias nuevo análisis sobre su vigencia y sus transformaciones.
Para Giddens (2000: 63), el amor romántico fue yendo sustituido por el amor confluente: un amor contingente, activo, que se desembaraza de la eternidad - “para siempre”- y la exclusividad -“uno y solamente uno”- propias del amor romántico para fundarse en la reflexividad, también en el ámbito de la intimidad emocional.
Este amor confluente, por otro lado, va de la mano de otra expresión también utilizada por Giddens (2000), la de relación pura: una relación basada en la igualdad sexual y emocional entre sus miembros, caracterizada por el hecho de que se establece por iniciativa propia y se prosigue sólo en la medida en que se juzga por ambas partes que produce la suficiente satisfacción para cada individuo.
La durabilidad se halla sujeta a la satisfacción individual. La relación pura empareja de forma indisociable el amor y la sexualidad, la igualdad y la libertad, y el dar y el recibir equitativamente.
El amor contemporáneo constituye un intento, en cierto
modo, de reconciliar deseos contradictorios, fuerzas dialécticas en conflicto,
como son
- deseo de fusión (con la consiguiente aspiración al amor eterno, indivisible, libre de mentiras),
- deseo de individualización (véase Beck y Beck-Gernsheim, 1998), con el consiguiente amor “con derecho de devolución”, consistente en su abandono cuando ya no se dan las imprescindibles dosis de pasión ni comunicación[2].
Para Illouz (1998) lo que se ha producido es la pérdida
de la inocencia del amor y la entronización de la aventura amorosa como
paradigma de la condición postmoderna.
En tanto que en el planteamiento de Giddens la elegibilidad y la individualidad parecen desembocar en una cierta trascendentalidad de la relación amorosa, la propuesta de Illouz se decanta hacia lo que Béjar (1995) denomina la fascinación de una cultura destrascendentalizada basada en una lógica individualista cuyo valor central es el yo.
La novedad se constituye como la mayor fuente de satisfacción, y por ello la aventura amorosa se erige en el intento por retener y repetir, compulsivamente, la experiencia primordial de la novedad en contraste con la narrativa romántica del gran amor, que es teleológica, absoluta y de pensamiento único.
La aventura amorosa ofrece un doble motivo de consumo: la libertad de elección entre diversos partners de acuerdo con nuestras preferencias por un lado, y el placer transitorio y renovable por otro[3].
A pesar de todo, las relaciones de signo tradicional –matrimonio institucionalizado de tipo perenne- siguen estando muy presentes.
El patrón de matrimonios sucesivos -una realidad incluso mayoritaria- no impide ni es incompatible con el hecho de que aún amplias capas de la población expresen el deseo de llevar a cabo un matrimonio “para toda la vida” o con un elevado grado de estabilidad en el marco de lo que se ha denominado neoromanticismo.
Tal como sucedía con el ideal romántico, ahora también estamos ante una idealización de las relaciones sentimentales que diverge considerablemente de las prácticas “reales”
Amores periféricos y sexualidades periféricas
Las reflexiones teóricas sobre las transformaciones del concepto de amor y de las relaciones sexo-amorosas han sido a menudo acusadas de elaborar grandes narrativas que mediante la generalización y la abstracción excluyen de su análisis las experiencias subjetivas, íntimas y particulares en este terreno.
Nosotros defendemos, a pesar de sus limitaciones, la pertinencia y utilidad de estas generalizaciones o abstracciones que proponen visiones panorámicas y detectan tendencias.
No obstante no debemos olvidar que la realidad social no es homogénea y menos aun cuando se pretende hablar de tendencias, cambios y transformaciones. Es, por tanto, su significatividad, por encima incluso de su representatividad estadística, lo que les confiere valor y utilidad comprensiva.
A nuestro entender, una posible configuración de todo lo
expuesto anteriormente pasaría por considerar:
-
el amor
romántico como referente hegemónico imaginario[4];
-
la relación
pura como referente ideal a alcanzar;
y
- el amor pre-moderno y/o el realista, como referentes hegemónicos de lo que debería ser el amor conveniente o aceptable; un collage de ideologías amorosas que de hecho es lo que acaba construyendo el amor postmoderno[5].
Esta intersección y pluralidad de referentes sigue presentando, no obstante, un núcleo o base relativamente estable a pesar de la aparente diversidad que propone.
El núcleo base del amor romántico sigue centrándose en la tríada: fusión, dualidad y territorialidad.
La relación que vincula sexo y amor es prácticamente
indisociable; que se sustenta en:
-
la pareja -mayoritariamente
heterosexual, aunque no necesariamente-;
- que supone la creación de una unidad más o menos estable de convivencia durante el tiempo que dure.
Siendo esto así, las periferias al núcleo básico de las
relaciones sexo-amorosas deberían configurarse en buena medida en torno a:
- la separación del sexo del amor;
- la superación de la fórmula de la pareja
- y/o la inexistencia de convivencia entre los miembros que forman parte de la relación.
Por otra parte, aún en sociedades tan pornificadas y sexualizadas como las nuestras (Attwood, 2009; Paasonen et al., 2007) la sexualidad se posiciona en un lugar incierto entre lo aceptable y lo prohibido, lo normativamente común y lo innombrable.
Esta sobresignificación de la sexualidad en las sociedades contemporáneas occidentales está sin duda relacionada con la hipótesis foucaultiana de la represión (Foucault, 1984: 23 y ss).
Tan reprimida y condenada a la prohibición está la sexualidad en occidente (véase Paglia, 2001), que hablar de sexo ya se considera un hecho transgresor en sí mismo.
Al mismo tiempo que la sexualidad, y muchas prácticas sexuales son aún tabú, una vida sexual activa y placentera se ha convertido en un prerrequisito para la plenitud individual y de pareja.
En las sociedades de tradición cristiana, la idea de que el sexo es el depositario de la moral personal sigue estando presente, y la idea de la sexualidad no normativa como pecado, motivo de sospecha y amenaza a los modelos tradicionales de familia, sigue marcando los límites entre sexualidades aceptables y no aceptables.
La sexualidad humana es tremendamente plástica y susceptible de desarrollar múltiples y variadas formas de relación sexual, como un repaso a la realidad transcultural y transhistórica rápidamente demostraría.
La necesidad de controlar la llamada "pulsión sexual" y a la vez asegurar la reproducción social -la tasa de reposición de las poblaciones- ha convertido la sexualidad en un principio de orden social, para lo cual se requiere su limitación y control.
El sistema de jerarquía y estratificación sexual dibujado por Rubin en 1989 no ha sufrido grandes transformaciones a nivel social y el sexo "bueno" sigue siendo el sexo en pareja, monógamo, procreador, heterosexual, en relación y gratis, mientras que el sexo "malo", "anormal", "antinatural" o "maldito" es el sexo homosexual, promiscuo, comercial, intergeneracional, en público, sadomasoquista, sin matrimonio, no procreador, etc. etc. (1989: 20).
BIBLIOGRAFIA CITADA
Begoña Enguix & Jordi Roca. 2015 Rethinking Romantic Love. Discussions, Imaginaries and Practices. Cambridge Scholars Publishing,
Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (1998) El normal Caos del Amor. Barcelona: El Roure
Giddens, A. 2000 La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Madrid: Cátedra
Herrera, C. 2010 La construcción sociocultural del amor romántico. Madrid: Fundamentos.
Jankowiak, W. (Ed.) 1995 Romantic Passion. A universal experience? New York: Columbia University Press.
Jankowiak, W. y Fischer, E. 1992 "A Cross-Cultural Perspective on Romantic Love", Ethnology 31(2): 149-155.
Laqueur, T. 1994 La Construcción del Sexo. Cuerpo y Género desde los Griegos hasta Freud. Madrid: Cátedra.
[1] Debemos señalar no obstante que para muchos autores el amor romántico constituye un universal, o casi universal, humano (véase por ejemplo Jankowiak, 1995; Jankowiak y Fischer, 1992 y Fisher, 1999).
[2] Para Bawin-Legros (2004: 247) este intento de reconciliación de deseos opuestos sería propio sobre todo de las clases medias, puesto que en las clases bajas predominaría fundamentalmente el deseo de fusión dentro de las parejas, en el marco de la concepción dominante de la familia como refugio.
[3] Una fuente de información impagable –y, no obstante, escasamente utilizada por los científicos sociales- para observar el calado de los cambios y permanencias en el terreno amoroso son las letras de las canciones. En este punto no podemos dejar de traer a colación una estrofa de una canción de Joaquín Sabina que parece ir al dedillo de la idea que estábamos expresando en el texto: “Porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”.
[4] Herrera habla de la mitología romántica heredera
del siglo XII y del siglo XIX que se ha convertido en el siglo XXI en una
suerte de “utopía colectiva emocional” (2010: 378).
[5] Los teóricos de la postmodernidad la definen a
menudo como una cultura de la fragmentación, del pastiche, del patchwork,
de lo híbrido, en donde se intercalan, superponen y combinan, sin ningún tipo
de jerarquías, elementos tanto pre-modernos como modernos de distinta
naturaleza (véase por ejemplo Lyon, 1994).
No hay comentarios:
Publicar un comentario