Blog de Juan-Luis Alegret

Blog de Juan-Luis Alegret para compartir lecturas, ideas y sensaciones sobre el estado del mundo y de sus gentes pues no solo hay que saber vivir, sino que también hay que saber donde vives

25 nov 2011

Mujer, Nicaragua, Revolución

Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con que vine al mundo. Quizás porque mi madre sintió mi urgencia de nacer cuando estaba en el Estadio Somoza en Managua viendo un juego de béisbol, el calor de las multitudes fue mi destino.

Quizás a eso se debió mi temor a la soledad, mi amor por los hombres, mi deseo de trascender limitaciones biológicas o domésticas y ocupar tanto espacio como ellos en el mundo. Delante del estadio de donde mi madre salió hacia el hospital se alzaba entonces una estatua ecuestre de Anastasio Somoza García, el dictador que inició en Nicaragua, en 1937, la dinastía somocista.

Quién sabe qué señales se transmitirían en el líquido amniótico, pero en vez de terminar como deportista con un bate en la mano terminé esgrimiendo todas las armas a mi disposición para botar a los herederos del señor del caballo y participar en la lucha de mi país por liberarse de una de las dictaduras más largas del continente americano. No fui rebelde desde niña. Al contrario. Nada hizo presagiar a mis padres que la criatura modosa, dulce y bien portada de mis fotos infantiles se convertiría en la mujer revoltosa que les quitó el sueño. Fui rebelde tardía. Durante la adolescencia me dediqué a leer. Leía con voracidad y pasmosa velocidad. Julio Verne y mi abuelo Pancho –que me proveía de libros– fueron los responsables de que desarrollara una imaginación sin trabas y llegara a creer que las realidades imaginarias podían hacerse realidad. Los sueños revolucionarios encontraron en mí tierra fértil. Lo mismo sucedió con otros sueños propios de mi género. Sólo que mis príncipes azules fueron guerrilleros y que mis hazañas heroicas las hice al mismo tiempo que cambiabapañales y hervía mamaderas.

He sido dos mujeres y he vivido dos vidas. Una de mis mujeres quería hacerlo todo según los anales clásicos de la feminidad: casarse, tener hijos, ser complaciente, dócil y nutricia. La otra quería los privilegios masculinos: independencia, valerse por sí misma, tener vida pública, movilidad, amantes. Aprender a balancearlas y a unificar sus fuerzas para que no me desgarraran sus luchas a mordiscos y jaladas de pelos me ha tomado gran parte de la vida. Creo que al fin he logrado que ambas coexistan bajo la misma piel. Sin renunciar a ser mujer, creo que he logrado también ser hombre. Conciliar mis dos vidas ha sido más complejo. Ha significado la escisión geográfica. Echarme mi pasado, mi país al hombro y llevármelo no simplemente a cualquier parte sino al norte, a la nación donde se urdió la red donde el pez de mis fantasías pereció. Un año después de que yo y muchos como yo alcanzáramos incrédulos y exultantes nuestros más enfebrecidos sueños, mi país retornó a la guerra, al desangre. En vez de maná del cielo llovieron balas, en vez de cantar en coro los nicaragüenses nos dividimos, en vez de abundancia hubo escasez. Mientras mi pueblo escribía en las paredes yanki go home, yo me enamoré de un yanki periodista. Cuando de mi revolución sólo quedaron los ecos y las huellas, el amor, que nunca he podido resistir, me llevó a firmar un pacto con el amado que me condenaba a vivir parte del tiempo en su país. Por ese hechizo mágico, como las princesas de los cuentos, ahora transcurro parte de mi vida convertida en un pájaro que canta en una jaula de oro y añora el trópico de sus orígenes. Desde mi jaula rodeada de palmeras y calentada por el sol californiano trato de reconciliarme con el país que como niño grandulón me arrancó el cometa que yo echaba a volar; trato de verlo a través de los ojos del hombre que amo. Perdida en el anonimato de una gran ciudad en Estados Unidos, soy una más. Una madre que lleva a su hija al kindergarden y que organiza play-dates. Nadie sospecha al verme que alguna vez me juzgó y condenó a cárcel un tribunal militar por ser revolucionaria.

¡Ah! Pero yo viví esa otra vida. Fui parte, artífice y testigo de la realización de grandeshazañas. Viví el embarazo y el parto de una criatura alumbrada por la carne y la sangre de todo un pueblo. Vi multitudes celebrar el fin de cuarenta y cinco años de dictadura. Experimenté las energías enormes que se desatan cuando uno se atreve a trascender el miedo, el instinto de supervivencia, por una meta que trasciende lo individual. Lloré mucho, pero reí mucho también. Supe de las alegrías de abandonar el yo y abrazar el nosotros. En estos días en que es tan fácil caer en el cinismo, descreer de todo, descartar los sueños antes de que tengan la oportunidad de crecer alas, escribo estas memorias en defensa de esa felicidad por la que la vida y hasta la muerte valen la pena.

El país bajo mi piel. Memorias de amor y de guerra. Gioconda Belli.

Gracias a mi amiga Antonia Guerrero por quererlo compartir conmigo en el dia internacional contra la violencia machista.

La foto es mia, de 1985 en Managua.


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