"Todo hombre cuya alma se suponga libre debe gobernarse a si mismo" (Montesquieu) Blog de Juan-Luis Alegret
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2 ago 2025
Trump y la Unión: el precio oculto de una capitulación
Perspectivas sobre la actualidad Europa frente a Trump: ¿qué hay que hacer? ¿Qué ocurrió realmente la semana pasada en Turnberry entre Ursula von der Leyen y Donald Trump?
Según Pascal Lamy, la sumisión europea podría tener efectos profundos, diferentes de las consideraciones tácticas y económicas esgrimidas hasta ahora.
«La principal amenaza para el mundo —y, por lo tanto, para nosotros— es de naturaleza política.
Seamos claros: para nosotros, los europeos, Trump podría representar una amenaza tan grave como la guerra desencadenada por Putin en 2022».
Autor Pascal Lamy 1 de agosto de 2025
El acuerdo comercial preliminar anunciado el 27 de julio por Donald Trump y Ursula von der Leyen en Turnberry, en Escocia, fue recibido con una inusual oleada de críticas en la Unión, a las que la Comisión tuvo dificultades para responder.
El núcleo de las críticas se centra en la asimetría de un «deal» que parece muy poco transaccional: un 15% de aranceles sobre los productos europeos, frente a un 0% sobre los estadounidenses, con algunas excepciones por ambas partes, todo ello acompañado de compromisos europeos de compras e inversiones en Estados Unidos. Se reprocha a la Unión haber cedido, por debilidad y sin luchar, a la relación de fuerzas establecida por la amenaza estadounidense de aranceles mucho más elevados.
En este momento, el núcleo del argumento de la Comisión se basa en dos puntos esenciales. Por un lado, la negociación ha permitido evitar una guerra comercial transatlántica con consecuencias económicas muy perturbadoras, que nadie deseaba, ni los Estados miembros, divididos sobre las contramedidas que debían adoptarse, ni los círculos empresariales en su conjunto.
Por otra parte, en el contexto geoestratégico incierto de la guerra en Ucrania, la prioridad de la Unión debe seguir siendo evitar una retirada estadounidense, cuyas consecuencias serían más catastróficas que la pérdida de mercados en los Estados Unidos o un menor crecimiento en Europa.
Las deficiencias de una negociación
A la vista de la información disponible actualmente sobre el contenido del acuerdo, valorarlo no significa volver sobre las razones para evitar una escalada, lo cual es comprensible, aunque también se podrían haber considerado otras opciones tácticas, sino responder a la pregunta de si el precio que hay que pagar por este retroceso está justificado desde el punto de vista económico y político.
Hay varias razones para ponerlo en tela de juicio.
En primer lugar, es difícil estimar ese precio, que podría resultar más elevado de lo previsto, ya que aún quedan por negociar varios capítulos y la mayoría de las rebajas mencionadas. Además, no existe un texto del acuerdo, sino presentaciones de cada parte cuyas diferencias comienzan a aparecer. En estas condiciones, hablar de acuerdo es precipitarse. Queda mucho por negociar.
La incertidumbre también se refiere a la ambigüedad jurídica que rodea la forma que adoptará el acuerdo, cuándo y si lo hay, para entrar en vigor por parte europea. ¿Cuáles serán las bases jurídicas utilizadas para tomar las decisiones necesarias? ¿Qué hay de la implicación formal, o no, del Consejo y del Parlamento?
Se trata de una cuestión sustancial. Está en juego la democracia europea, la necesidad de que todos adopten una posición abierta, de salir de las posturas hipócritas favorecidas por la opacidad del proceso de negociación o por las críticas fáciles dirigidas a la Comisión, cuando se trata de una responsabilidad colectiva.
En segundo lugar, los compromisos europeos de compra a Estados Unidos parecen desproporcionados en relación con la realidad de la oferta y la demanda en términos de energía y, lo que es más, difícilmente compatibles con la descarbonización europea.
En cualquier caso, incluidas las inversiones prometidas por Europa, las decisiones no son competencia de la Comisión. De ahí las probables dificultades de interpretación o aplicación, sobre las que Estados Unidos mantendrá el control frente a un socio cuya posición táctica se encuentra actualmente debilitada.
Los demás litigios transatlánticos, actuales o futuros, no están en absoluto «estabilizados», por utilizar la expresión de la Comisión. Corren el riesgo de interferir rápidamente en cuestiones comerciales, como en el caso de la regulación de los sectores financiero o digital, o incluso del ajuste de carbono en las fronteras.
«It’s not the economy, stupid»
Sin embargo, estas consideraciones no deben hacernos perder de vista un punto aún más importante. El precio a pagar es más político que económico.
Las fuerzas políticas euroescépticas no han perdido la oportunidad de burlarse de este resultado, presentado como lo contrario de la máxima según la cual la unión de los europeos es su fuerza. También argumentarán que el Reino Unido ha recibido un trato mejor, aunque este argumento no es muy convincente, ya que este país tiene un déficit comercial con Estados Unidos.
Es cierto que la Unión no sólo acepta su posición de debilidad, sino que, al mismo tiempo, avala el retorno del proteccionismo y el uso de la coacción por parte de Estados Unidos, lo que es aún más grave para el futuro. También ratifica el razonamiento trumpista según el cual el desequilibrio comercial transatlántico en bienes —sin mencionar el superávit estadounidense en servicios— es una cuestión arancelaria que podría corregirse mediante la violación de las normas de la OMC por ambas partes.
Sin embargo, si bien los flujos comerciales se adaptarán a lo que pueden asimilarse a cambios relativos de precios provocados por aranceles o fluctuaciones cambiarias, no ocurrirá lo mismo con los efectos negativos que pueden pesar durante mucho tiempo sobre la reputación y la credibilidad de la Unión, ya mermadas por la renuncia de la Comisión a construir una coalición internacional lo suficientemente poderosa como para disuadir a Donald Trump y salir del enfrentamiento bilateral. China y Rusia se verán tentadas a sacar sus propias conclusiones.
Comprender la verdadera naturaleza de la amenaza trumpista
Esta renuncia podría tener un efecto aún más profundo.
Seamos claros: para nosotros, los europeos, Trump podría representar una amenaza tan grave como la guerra desencadenada por Putin en 2022.
Puede parecer impensable, pero con Trump están amenazadas la democracia y las libertades políticas en Estados Unidos y en el mundo. Para Europa, la primera línea del frente se encuentra evidentemente allí, como en Ucrania —y ahí reside su verdadera razón de ser—.
La principal amenaza para el mundo —y, por tanto, para nosotros— es de naturaleza política.
Si Trump y sus aliados logran corromper la democracia estadounidense, ¿cuántas democracias verdaderas quedarán en el mundo? ¿Qué quedaría de los principios de libertad e igualdad heredados de la Ilustración si el iliberalismo llegara a imponerse en Europa con el apoyo estadounidense? Ciertamente aún no hemos llegado a ese punto, pero hay que estar alerta.
Para comprender finalmente toda la magnitud de lo que está realmente en juego, hay que ampliar la perspectiva y relacionar el 15% de los aranceles de Turnberry con el compromiso adquirido por los europeos en la última cumbre de la OTAN celebrada en La Haya a finales de junio de destinar el 5% de su PIB a la defensa. Estos dos episodios han supuesto para la Unión ceder a las exigencias del presidente estadounidense, a costa de concesiones importantes, ambigüedades e imprecisiones impuestas por su estilo y su precipitación, lo que sin duda dará lugar a futuras disputas.
En nombre de la preservación de una cooperación transatlántica de la que la Unión no puede prescindir sin exponer a sus poblaciones a peligros sistémicos, espera a cambio un apoyo estratégico duradero por parte de Estados Unidos. Sin embargo, este apoyo no está garantizado en modo alguno, ni por las palabras ni por los hechos de la Administración Trump. Ahí radica la asimetría más preocupante.
Se podría responder que esa es la realidad geopolítica, y más concretamente geoestratégica, de nuestros días, y que la Unión no tiene más remedio que aguantar los ataques de Trump.
Para salir de este punto muerto y emprender el tan ansiado camino hacia la autonomía estratégica, es decir, hacia la soberanía, es necesario acelerar considerablemente la integración económica y política de los europeos.
La hoja de ruta está clara: hay que remediar nuestra debilidad económica y recuperar nuestra competitividad, como proponen Mario Draghi y Enrico Letta; aumentar nuestras capacidades de defensa; consolidar el Estado de derecho y prohibir los retrocesos; reconquistar nuestro lugar en la frontera de las tecnologías del futuro; diversificar nuestras relaciones comerciales con los países emergentes.
¿Puede el episodio de Turnberry convencer aún a los europeos de que necesitamos más ambición colectiva, voluntad política y cohesión para lograrlo, y de que ha llegado el momento de acelerar el paso, incluso ante los próximos giros en nuestras relaciones con Estados Unidos?
«La supervivencia o el declive», decía Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea, cuyo centenario acabamos de celebrar. Esta fórmula se había considerado pesimista en su momento.
Y aquí estamos.
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